martes, 13 de abril de 2010

Reflexion I

Como medio jinete montado en medio caballo. La parte de atrás tendría que ser, sus patas son más fuertes, lo podrían sostener. Pero sin cabeza no vería a donde ir, no tendría en ella sus riendas, no se lo podría dirigir. La delantera entonces, para poderlo guiar, así ambos ver al frente y juntos la vida encarar. Pero sin mitad trasera no lo podría cabalgar, no tendría donde apoyarse y él no se podría impulsar. Inútil, medio caballo nomás. La parte superior al menos, eso tendría él. Un jinete sin cabeza, eso se puede entender, pero que no tenga brazos, eso ya no puede ser. Sin manos que lo dirijan, sin fuerza para domar, un jinete solo piernas no podría cabalgar. ¿Pero acaso solo torso, si lo pudiera lograr? Y si no tuviera piernas, ¿Cómo lo podría domar? ¿Cómo se equilibraría, como lo echaría andar? Medio jinete, un inútil total.

Dice la leyenda que hubo una vez un ser, que tenía cuatro brazos, dos caras y cuatro pies. Siempre estaba a la vanguardia todo lo podía hacer, siempre atento a la retaguardia apto y dispuesto a correr. No necesitaba a nadie, solo se podía tener, poseía ambos sexos se podía atender. Pero un ser tan perfecto en la tierra no podía haber, los dioses lo sabían y no lo dejaron ser. Entonces el más grande, Zeus de esto se encargó, lanzó un rayo muy certero y de un golpe los separó. Fue así como nacieron el hombre y la mujer y en el mundo se perdieron jurándose volver a ver. Esos seres imperfectos están destinados a buscar a su otra media parte y a la perfección llegar. Porque sin tenerla a ella, él un ser inútil es, y sin él a su lado a ella le cuesta incluso ser.
Como medio jinete montado en medio caballo.

lunes, 29 de marzo de 2010

Cara o Cruz

El viento sopla fuertemente aquí arriba. Juega con mi pelo, lo despeina y a veces no me deja ver bien. Me paso la mano y pienso en lo largo que tengo el pelo. Uso el pelo largo. A Raquel no le gustaba eso, le parecía sucio, desaliñado, hasta harapiento. A Fabiola sí. A ella le gustaba ese aire despreocupado, ese aire bohemio, como frecuentaba decirme, de alguien que tiene el cabello despeinado a propósito. A Fabiola le gustaba pasarme sus dedos por mi larga cabellera, le gustaba rascarme cariñosamente como una madre, acariciarme mientras me apoyaba en su regazo y me iba adormeciendo mientras ella me contaba de su día y yo del mío. A mí también me gustaba eso. Hoy fue un día largo, al menos para mí. Me pregunto que habrá hecho ella. No me lo contó en todo caso.

Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.

La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.

Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.

Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.

sábado, 13 de marzo de 2010

Despedida

Ella partió a las siete de la mañana. Él la fue a dejar en el aeropuerto. Al despedirse se miraron intensamente, perforándose mutuamente en un momento que pareció durar más del tiempo que venían conociéndose pero en realidad fue menor al que hubieran podido aprovechar si hubieran querido. Su vuelo tendría su primera escala en poco menos de tres horas, luego le tomaría cerca de ocho horas más cruzar los mares que la alejaban de su futuro hogar. Llegaría recien pasada la media noche, hora local de la tierra de destino. Él esperaría su llamada cuando el sol exhalara su último suspiro, hora local de la tierra de partida. En el avión ella recordaría los momentos más bellos que habían pasado juntos, todas las beldades susurradas al oído ajeno, todas las caricias y momentos intensos, todos los silencios y momentos eternos. Él la esperaría mirando el sol, con una foto suya en una mano y una botella de algun licor en la otra. El tiempo pasaría como si no tuviera reloj, aunque lo consultaría cada minuto o dos.

Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.

jueves, 11 de marzo de 2010

Celos

Soy celoso de los cielos
que te llenan de emoción
las nubes y las estrellas
que me quitan tu atención

Soy celoso de los vientos
cuando acarician tu piel
eso rompe la promesa
que juraste serme fiel

Soy celoso del espejo
que te mira a los ojos
y del peine que te mima
esos rizos esponjosos

Soy celoso del futuro
por el miedo de perderte
me duele el solo pensar
en un día que no pueda verte

Soy celoso del pasado
porque antes de conocerte
cada minuto vivido
es ahora un minuto inerte

Soy celoso de los hombres
que te miran al pasar
juran bajarte las estrellas
y de mi hombría me hacen dudar

Y también de las mujeres
con las que te veo reír y hablar
porque el tiempo que estas con ellas
yo contigo quisiera estar

Soy celoso porque te amo
y así te lo hago saber
mis celos no buscan daño
es mi forma de querer

viernes, 5 de marzo de 2010

María (Capítulo 2, ver 2.0)

Se llama María. Tiene el pelo ondulado y rebelde. Sus rizos esponjosos de color castaño, casi negro, encuadran perfectamente su pequeña, redonda e inocente cara. Sus cachetes son círculos que se pintan fácilmente de rosado ante la vergüenza o emoción y se inflan graciosamente para develar una hermosa y recurrente sonrisa que representa su perpetua felicidad. Representa también la fortaleza de su inquebrantable espíritu ante cualquier adversidad y, dependiendo como acompañen los ojos, su sonrisa advierte sus pensamientos más íntimos. Tiene los ojos de un color que varía según la luz con que se los vea. Esta peculiaridad puede hacerte perder en sus profundos, misteriosos e inquisidores ojos café oscuros o derretirte ante sus hermosos e inocentes ojos café verdoso. Viene en un compacto envase de no más de metro sesenta pero la grandeza de sus ser abruma hasta al hombre de más férreo temple. Magnánima como ninguna, su bondadosa y desinteresada esencia es solo superada por su modestia y humildad. Tan astuta y perspicaz, puede vencerte en cualquier campo que se le presente pero te deja ganar para no lastimar tu orgullo. La madurez e independencia con que se maneja contrastan y confunden con su imagen de niña pequeña e inocente. Su finísima piel blanca leche, suave como la de bebe puede hacerla parecer una chiquilla pero no así su suculenta figura de femme fatale. Una imagen espectacular, desde sus delicados pies, subiendo por sus gruesas y apetitosas piernas, pasando por sus anchas caderas y peligrosas curvas desemboca en un voluptuoso y bien definido torso que, aunque impresionante a primera vista, desaparece por completo ante la dulzura de su faz. Canon de mujer. Se llama María.

sábado, 2 de enero de 2010

Réquiem en Re menor

El cielo no se pinta de colores solo porque salga el sol. De eso se dio cuenta Zarco el día más completo y feliz de su vida. Como todo músico, él paso por altos y bajos en su, lo que podría llamarse, carrera; y siempre fueron los puntos más altos los que coincidían casi milagrosamente con una luminosa luna blanca en las noches o una radiante tarde de calor. Ya desde pequeño, el joven prodigio solía componer piezas maestras usando siete acordes distintos mientras siete colores teñían el zenit. Asimismo, los golpes más bajos venían seguidos de una especie de reacción en cadena que lo afectaba íntegramente. Por ejemplo, bien recuerda una vez que, pretendiendo a una mujer, intentó ofrecerle un par de versos que terminaron pareciendo más un trabalenguas que una canción. Peor aún, como estaba rondando los quince años, su voz de hombre todavía en disputa con la del niño parecía perder todas las batallas cuando de cantar se trataba. Entonces recordó unos consejos de algún tío o primo mayor y decidió llevarla a la terraza para poder, como le habían dicho, bajarle las estrellas. Que decepción se llevaron ambos cuando, sin importar lo mucho que saltara e intentara, apenas llegaba a tocar una con la punta de sus dedos. Esa vez, obviamente la chica se aburrió y el quedo solo, en compañía de su guitarra, que estaba tan afinada como que él y apenas podía evocar una canción.

No sabía porque le pasaba eso pero había llegado a dominar esa inconsistencia, al menos pasados los veinticinco, ya llegando a su madurez. A esa altura, ya contaba con una cierta estabilidad y no tenia bloqueos o bajones constantes, eran más bien sucesos aislados en lo que había llegado a ser una fructífera carrera. Eso hasta que un día, tiempo después de volver de unas vacaciones que se había tomado del conservatorio donde daba clases, decidió darse un espacio para dedicarse a hacerle algunos arreglos a sus piezas favoritas. Intentó por gusto al principio, por obsesión después, pero a pesar de su esfuerzo perdió una semana entera en vanas tentativas, pues su pluma de creatividad se había quedado sin tinta. Sus dedos se le tensaban y apenas los podía mover, sus ideas se le escapaban y no podía componer. Mayor fue su preocupación cuando le delegaron la banda sonora de una película épica. Un trabajito extra que antes ya había cumplido sin dejar de lado sus responsabilidades, pero esta vez no solo no pudo con el encargo sino que sus alumnos mismos se dieron cuenta de su incapacidad artística. Los siguientes meses todo fue de mal en peor, desde torpezas inusuales hasta el clima que parecía conspirar contra él. Llegó a sentir que las nubes negras lo seguían, incluso hubo una que, empecina como estaba por mojarlo, lo siguió hasta casa y tuvo que ahuyentarla con una escoba.

Un día decidió salir con los amigos para olvidar un poco el mal momento, pero el antiguo y joven Casanova le había dejado espacio a este veterano barbudo y regordete que tenía más suerte con la bebida que con las mujeres. Más que deprimido Zarco parecía enfermo. De esto se dio cuenta uno de sus amigos que, a modo de darle esperanzas, le hablo de un médico naturista que podría “curarlo”. Al día siguiente fueron donde el doctor y a este le bastó con mirarlo y tocarlo un poco en lugares que le provocaron a Zarco risas infantiles y cachetes rosados. El veredicto final fue sencillo y tajante. “Zarco- dijo el doctor- uno es lo que come”. Lugo le explicó pacientemente que había llegado justo a tiempo, si no podía haberle dado un ataque al corazón creativo. Al parecer su dieta no muy balanceada, rica en grasas y bebidas espirituosas, le había dañado todo el aparato circulatorio provocándole, lo que los artistas llaman, un bloqueo. Como estaba muy avanzado aún sólo le recomendó una dieta sana, algo de ejercicio y le aseguró que en uno o dos años todo volvería a la normalidad. Zarco salió más malhumorado de lo que entró y fue directo a comer algo, un pollo frito o algo así, como hacía cada vez que se sentía ansioso. Después pasó por una librería y fue directo a su casa.

Al día siguiente salió a dar unas vueltas al manzano para ejercitarse un poco, pero ni bien puso un pie afuera las nubes cubrieron el sol. Sin desanimarse empezó su recorrido, tristemente con el pie izquierdo y en el desecho de un perro, y después de unos veinte metros de trote una paloma se acercó a saludar. Esto le dio a Zarco esperanza, hasta que se arrimó a dejarle un regalo en su hombro izquierdo. Abatido por el gesto dio media vuelta a su casa y de repente empezó a llover. Nuevamente tuvo que discutir sobre la propiedad privada con un par de nubes y entró con dificultad, directo a la cocina para hacerse algo de comer. Agarró un cuchillo pero mientras decidía que iba a usar de entre tantos embutidos prefirió no comer más para cuidar su dieta. Fue así que se lo llevo inconscientemente a su cuarto, donde le dio una hojeada al libro que había comprado el día anterior. Después de pensarlo un poco decidió que no podía seguir así y aprovecho el cuchillo que estaba en el lugar justo el momento justo y se cortó la principal vena creativa. Como indicaba en su libro, un limpio corte en la muñeca izquierda. De repente la magia que había estado buscando los últimos meses empezó a manar. Empezó a tocar el piano, se pasó a la guitarra y después al violín. Escribió y tocó, y tocó y escribió. Entabló cuatro obras que no terminó pero eran tan bellas que así las dejó. Dejó grabadas un par de micro piezas y tres esbozos en piano. Se sintió en su mejor momento y fue así que, en una noche, empezó y terminó su mejor obra, escrita para orquesta completa y coro. De golpe la creatividad le brotaba a chorros incontrolables. Tal vez demasiada creatividad para él, tanta que su mejor obra fue la última, y dedicada a sí mismo. Un réquiem en Re menor.

sábado, 3 de octubre de 2009

Carne

La copa de vino gira sobre sí misma. El liquido rojo forma remolinos que se mueven cual la tempestad en un oscuro mar de sangre, semejante a un pasaje bíblico. La imagen es poética. La carne también. El plato acaba de llegar, la carne de oscura piel bañada en su propio líquido, más claro que el vino, invita a la saliva a escaparse de mi boca. A mi lado izquierdo ponen el plato de costillas de cerdo para el tipo que fue al baño, y a Ella, a mi derecha, le sirven su trucha al ajillo. El aroma del plato sube como el vapor y juguetea en mis narices. Me muero por darle un bocado pero no a todos les llego su plato así que por educación me resisto a la tentación carnal. Una de sus amigas me pregunta algo pero, claro, no le presto atención.

-Oye- me dice Ella,- te pregunta cuánto te falta.
-Ah, un año más- respondo instintivamente.
-Entonces no falta mucho- dice la amiga- que bien, pronto vas a sentirte un hombre totalmente nuevo, este año de diferencia lo es todo. ¿Vos ya pensaste en que vas a trabajar o especializarte?

Supongo que esperaba una respuesta pero no se la di. Igual no importa, en esta mesa mis palabras tienen menos peso que el aire a nuestro alrededor. “Estudia ingeniería” le dice Ella, su amiga solo lanza una exclamación de comprensión y desconcierto y pone una cara entre despectiva y cohibida. La charla en general se va mermando mientras los platos llenan la mesa. Antes de empezar a comer uno de ellos se para y les pide a todos que levanten sus copas. Dice unas cuantas palabras y termina con un “muchos éxitos a todos”, frase de la que no me sentí aludido. Todo mundo comenta que esta es la mejor para celebrar una titulación, una gran cena con toda la promoción, cosa que no es muy difícil para los únicos 17 graduados de filosofía y letras y unas cuantas desafortunadas parejas. Los platos terminan de llegar y ahora todos a comer.

Tomo un poco de agua para lavarme el vino de mi boca y tener el paladar limpio cuando me dispongo a arremeter al pedazo de cuadril que llena mi plato. Un ovalo blanco de mármol con bordes azules y líneas doradas alrededor de estos, detalles que pierden sentido cuando la gula manda por encima del cerebro. Con la mirada fija en el plato me olvido de toda la gente alrededor, nadie vale la pena en realidad. Todo alrededor desaparece mientras hundo el cuchillo en esa carne rosada por dentro, jugosa y tierna, tanto que al posarla sobre mi boca toda la saliva se arremolina de repente. Tengo que comer lentamente y a veces cerrar los ojos, la mejor carne que he probado. Poco a poco las charlas vuelven a fluir. Escucho por ahí alguien decir “Se ha escrito mucho sobre páginas en blanco, hasta lega a ser trillado”. Temas sin relevancia, sin importancia, sin razón comparativa frente a lo que tengo ocupando mi atención. Me llevo uno de los últimos bocados a la boca llenándola de satisfacción y dejando un vacio en el plato. La gente termina de comer también y empiezan a ordenar algunas bebidas. Yo todavía tengo una copa de vino llena pero Ella pide otra botella, esto se va a alargar.

Yo voy al baño un rato y me encuentro con uno de los acompañantes que se lava las manos al tiempo que yo entro. Le aviso que su plato está servido, este me agradece y sigue lavándose las manos. Yo voy a descargar la buena cantidad de vino que me ayuda a pasar la noche y mientras lo hago escucho el agua seguir fluyendo. Cuando termino y me dirijo al lavamanos veo que el tipo recién empieza a secarse las manos frenéticamente. El nota mi desconcierto y me dice simplemente “treinta y tres veces”, dobla cuidadosamente los restos de la toalla de papel y la coloca con delicadeza en el basurero, después se va. Desde que lo vi note su cara de loco. Después de lavarme las manos vuelvo a mi asiento, a mi lado el loco le habla a su pareja, intentando seguro escapar del lugar. Al sentarme Ella ya me advierte que la está pasando bien y quiere quedarse un rato más. Yo asiento con la cabeza como autómata programado y ella me da un pequeño mordisco en la oreja a modo de cariño. A mí no me gusta y me aparto de golpe. No soporto sus pequeñas manías, sus bromas estúpidas, sus tontas charlas con sus amigas sobre hipotéticas soluciones a los problemas de la humanidad o sobre la evolución y decadencia del hombre que se olvidan instantáneamente al aparecer una nueva cartera de marca. Me cuesta aguantarla en general. Veo algunas parejas empezar a marcharse, se despiden cariñosamente y se van. Poco a poco la mesa se va vaciando y quedamos solo 6 o 7 personas sentados. Aun así llegan más botellas de vino y una de whisky. Ella me mira como consultándome algo, yo solo asiento con la cabeza. El tipo de mi izquierda mira desesperado alrededor y suplicante a su pareja, presiente el peligro. Al parecer el dinero no es problema, la segunda botella de whisky llega en poco tiempo y los vinos terminan de consumirse entre risas y recuerdos de los que quedan. Como no es problema el dinero decido pedir otro plato de la mejor carne del mundo, el loco de mi izquierda me mira extrañado, con desesperación en su mirada. Sé que esto es para largo y que yo desde que llegue me aburrí, pero no importa. En esta cena, igual que con Ella, solo me importa la carne.

jueves, 1 de octubre de 2009

La segundita

Ahí voy por segunda vez. Hace como un año ya viví esto, así que ya me es familiar, no por eso más fácil. Espero que esta vez sea diferente, la ultima vez cai Derrotado. La anterior vez me partia la cabeza contra la pared sumamente seguro de que la podia romper. Ahora creo que lo hago por gusto. De todas formas lo intento, creo que solo me queda una pregunta. ¿Donde mierda esta el norte? Pero bueno, eso es algo que responderé en el camino, solo me queda partir. ¡Se viene la segundita!

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sociedad Anonima

Claudia estaba terminando de vestirse cuando Ernesto salió de la ducha.

-¿Ya te vas?- pregunto Ernesto.
-No,- respondió Claudia- solo quería vestirme.
-Está bien- dijo Ernesto secamente.

Claudia ya tenía puesta su corta falda negra de sastre pero no llevaba las medias panty con las que llego, aunque ni siquiera las necesitaba. Siempre cuidadosa de su aspecto físico, Claudia tenía las piernas bien depiladas y formadas por el gimnasio. Tenía las uñas, de las manos y los pies, pintadas a la francesa, color neutro y un elegante toque blanco en las ligeramente largas puntas. También vestía ya su sencilla blusa Fendi blanca, una de amplio escote pero no la tenía abotonada. Aparto su portátil para darle espacio a Ernesto que se sentó en la cama mientras se secaba el pelo. Claudia se le acerco para acariciarlo un poco y besarle cariñosamente el cuello.

-Ahora no- dijo Ernesto- en poco tiempo tengo que irme.

Claudia saco sus manos de los hombros de Ernesto y se alejo rápidamente. Ernesto se dio la vuelta y le paso una mano reconciliadora por la espalda mientras se echaba.

-Está bien- dijo Claudia- de todas formas tengo que preparar los estados financieros para el lunes.
-Ah, sí- dijo Ernesto- mándamelos lo más pronto posible, me gustaría darles un ojeada antes de presentarlos en la junta de socios.

Cuando la tuvo enfrente Ernesto no pudo evitar mirar sus senos desnudos bajo la delgada tela de la blusa blanca que apenas le cubría los costados de estos.

-El otro día te fuiste muy rápido,- dijo el- te olvidaste un sostén, creo que lo tengo en mi auto.
-No, no importa, seguro ya ni me hace- respondió ella.
-¿Por qué?- pregunto Ernesto sorprendido.
-¿Por qué?- repitió Claudia ofendida.
-Sí, ¿Por qué?- dijo el de nuevo.
-No importa- dijo Claudia claramente enojada mientras se abotonaba la blusa- mejor empiezo a trabajar.

Se puso rápidamente los altos tacos negros de punta descubierta, levanto su computadora y su cartera de cuero negro también. Ernesto lanzo un bufido en forma de queja y confusión por la reacción de Claudia. Ella volvió la mirada cuando estaba ya en la puerta, el se miraba cuidadosamente las uñas mientras se secaba los pies. Claudia volteo los ojos y simplemente se fue.

Ahora Claudia está manejando, disfruta hacerlo cuando se siente de mal humor. No está segura de donde está yendo, solo busca manejar por un tiempo, sin rumbo fijo, para despejar su mente hasta encontrar un lugar tranquilo donde trabajar. De verdad tiene que trabajar, y no está contenta por ello. Por lo general le gusta su trabajo, y eso que solo tiene que hacerlo unos días al mes, pero esta vez simplemente busca evitarlo. Para en un semáforo en rojo y a su lado lo hace un Toyota Corolla azul, relativamente nuevo, ella no podría asegurar de que año pero se ve vigente. Lo conduce un hombre joven de camisa celeste y gafas oscuras que habla por celular, él la mira de pasada y sonríe. Claudia lo tiene que mirar hacia abajo ya que su vagoneta es bastante más alta. Ella también sonríe pero el chico sigue hablando por teléfono y en poco tiempo el semáforo cambia a verde. El chico se va y Claudia tarda un poco en reaccionar mientras ve el auto alejarse; la despierta un bocinazo de un taxista atrás suyo y sigue avanzando. Entra por la avenida que sirve de boulevard de la ciudad en busca de un lugar tranquilo para trabajar. Da unos pocos vistazos a heladerías familiares y restaurantes-bar que tienen almuerzos de familia en la mañana y entretenimiento en la noche. Al fin ve un café casi vacío con las mesas afuera, para los fumadores. Por suerte hay pocos autos estacionados y consigue un lugar justo a un lado de este, en la calle con la que cruza, lo cual le complace pues le gusta exhibir su automóvil. Lo parquea con pocas maniobras a pesar de su tamaño y se prepara para bajar lentamente del vehículo. Primero se arregla un poco con ayuda del retrovisor, luego abre la puerta para posar delicadamente sus tacos en la acera y dejar a todos los hombres cercanos darle una hojeada a sus largas piernas apenas cubiertas por su pequeña falda negra, termina de bajar y mira a su alrededor antes de asegurar el auto. El hombre que se ofreció a cuidárselo tenia dibujada una sonrisa de satisfacción cuando se le acerco, prueba clara de que el método de Claudia funciona.

Claudia se sienta, mira a su alrededor y ve un pequeño grupo de amigos reunidos dentro del local y dos parejas sentadas en las mesas de afuera, cerca de ella. Al lado hay una heladería con dos familias. Saca su computadora y la prende mientras una chica viene a tomarle la orden. “Un café con leche” dice Claudia con una cortesía fingida totalmente en contra de su naturaleza. “En seguida” responde la joven con un inocente tono de voz típico de la gente que trabaja sirviendo comida o bebidas. Claudia la ve alejarse con una mirada de desaprobación, cercana al desprecio, que es oportunamente oculta por las gafas oscuras que lleva casi innecesariamente. A primera vista puede darse cuenta que clase de chiquilla es la mesera, tan inocente, tan simple, o tal vez, simplemente feliz. Se olvida de ella mientras comprueba la conexión a internet al abrir su cuenta de correo electrónico y ver un poco del correo basura acumulado, que borra de inmediato, también hay un mail del señor Landivar del día anterior. Lo abrió. En un tono totalmente formal este le encargaba que se hiciera cargo de las cuentas de la empresa lo antes posible. Claudia se siente molesta y confundida, no hay ninguna señal de que quisiera discutir lo que habían hecho temprano esa mañana. Lo borra rápidamente y cierra la computadora de golpe.

El café le llega en poco tiempo y se lo trae la misma chica con una tonta sonrisa en la cara. Claudia no le da mucha importancia pues ya está viendo los estados financieros, intentando descubrir que podría mover. Las planillas de sueldos están todas pagadas y con una dudosa provisión para dos años adelante lo que le cierra una puerta fácil de escape, también se le ocurre poner como excusa una inversión en ciertos negocios difíciles de rastrear, aunque después recuerda los problemas que había tenido en el pasado el señor Landivar frente a los accionistas por unos supuestos activos tóxicos de los que nunca habían oído hablar. De repente ve una oportunidad, al parecer en una sucursal lejana, al otro lado del pacifico, había habido un incendio en el almacén de suministros, ahí podría poner fácilmente como perdida una tajada de los ingresos extras del señor Landivar, y suyos. Después se percata que debía ser cuidadosa por lo difícil que sería engañar a la compañía de seguros para cargarle daños extra. Lo tenía bien difícil y la verdad pocas ganas de trabajar.

Claudia no está segura como es su relación con el señor Landivar, a quien a veces puede llamar Ernesto, pero esta no es una de esas. Primero se conocieron casualmente, ella todavía era joven, recién salida de la universidad y con ganas de trabajar lo más pronto posible. No se conocieron en un ambiente laboral, es más, Claudia conoció primero a Ernesto, después llegaría el señor Landivar. A pesar de ser al menos una década mayor Ernesto cautivo a Claudia al instante. Fue tal vez su sentido del humor, su facilidad de palabra, sus conocimientos de hombre de mundo o su vida relajada a pesar de ser un importante hombre de negocios. Lo que sea que hubiera sido, le gusto rápidamente a Claudia y ella, que todavía no sabía que él estaba casado, se puede decir, actuó inocentemente. Al día siguiente ella no supo nada de él, había desaparecido. Poco tiempo después se entero de su estado civil lo que acabo de destrozarla.

Por razones del destino, o quien sabe que fuerza mayor, Claudia conoció al señor Landivar en una entrevista de trabajo unas semanas después. El formaba parte del grupo que la entrevisto. A pesar de ser tres socios Claudia solo sentía la presencia de uno, cosa que no la ayudó en nada. Ella estaba nerviosa, confundida, distraída. Algo no salió bien. Era un puesto de asistente contable en una importante empresa de telefonía internacional, ideal para su primer trabajo. No lo consiguió. No necesito oír respuesta alguna, ella sabía que no conseguiría el trabajo el momento en que vio el intercambio de miradas entre el señor Landivar y otro de sus socios. Un tipo bastante frio y que tenia dibujada en su cara una mirada claramente despectiva. Le agradecieron que se presentara y ella les agradeció por su tiempo, todos con falsas sonrisas en la cara. Claudia estaba rota por dentro, se reprochaba su propia actitud infantil, su pésima reacción y su inocente esperanza de haber causado alguna impresión en Ernesto, o el señor Landivar. Claudia lloraba sola en el baño. Después de un tiempo se calmo, se lavo bien y se maquillo de nuevo con los polvos que siempre guardaba en su simple cartera de tela blanca para emergencias como estas. Salió del baño y vio al señor Landivar hablando con el otro socio que la entrevisto. Se apresuro a la puerta para evitar que la viera pero él se despidió rápidamente y se interpuso en su camino.

-Hola- dijo él con un tono extrañamente casual.
-Hola- respondió ella algo nerviosa
-Claudia- hizo una pausa mientras la miraba fijamente a los ojos- ¿te gustaría trabajar conmigo?
-¿Perdón?- dijo ella, que estaba perdida en sus ojos, parecía que miraba a alguien más.
-No aquí- continuo- creo que no les causaste una buena impresión a los demás, pero pareces una chica trabajadora y me gustaría darte una oportunidad.
-No entiendo- fue lo único que atino a decir.
-Mira, yo hace tiempo pensaba dejar de dirigir esta empresa, la mía está creciendo y me parece el momento apropiado para hacerme cargo de ella. Verás, como te digo la empresa se está ampliando más que satisfactoriamente y la gerencia de contabilidad cambio a una de finanzas pero todavía necesitamos quien lleve las cuentas diarias.

Claudia conocía la empresa del señor Landivar. Una compañía de servicios que había fundado el mismo hace no muchos años y en la que participaba como socio mayoritario. En efecto estaba creciendo y hasta sabía por algún allegado de una posible incursión en el mercado internacional. Una muy buena oferta en efecto, pero por alguna razón ella dudo.

-Es una oferta excelente si me lo preguntas- dijo Ernesto al notar la indecisión de Claudia en el momento de silencio.- Trabajarías pocas horas a la semana, tal vez al mes, y eso te da la posibilidad de estudiar algo, de especializarte en algún área de tu interés.
-Sí- dijo ella finalmente- me gustaría mucho. ¿Cuándo tendría que presentarme?

-Tranquila de eso me arreglo yo- dijo él satisfecho.- Claro, primero tengo que asegurarme la dirección en la próxima junta de accionistas- terminó de sentenciar con una sonrisa.

Claudia lo acompañó en el acto a pesar de no ver la gracia. Estaba viendo su perfecta sonrisa de vendedor ambulante y sus ojos, en apariencia sinceros, cualidad clara del mismo oficio. Pero a ella no le importaba, es más, le gustaba.

-Bueno, que te parece si vamos a tomar un café- dijo Ernesto- ya sabes, para ultimar detalles.
-Claro- dijo ella con una sonrisa tonta e inocente- me encantaría.

Ese día Claudia volvió a conocer a Ernesto. Ese día Claudia rio inocentemente por última vez.

Claudia se sienta frente a su computadora, navegando en sitios sin importancia, revisando sus redes sociales e intentando reencontrar motivación para trabajar. Facebook, Messenger, sitios de citas rápidas como Cupido2.com entre otros. Alguien le había escrito “Que tal linda, la pase bien anoche, te gustaría ir a cenar alguna vez?” Claudia recuerda vagamente a ese chico, aunque no tiene importancia. La mesera se le acerca para retirar la tasa vacía y Claudia pide otro café con leche. “En seguida” responde esta con un servilismo casi molesto. Claudia vuelve a ver las cuentas a modo de esconder las páginas de internet de la chica que se le acerca y aprovecha esta vez para ver si encuentra alguna salida para el “capital Landivar”. Efectivamente, ahora le parece ver una posible fuga de dinero donde ocultar las ganancias del señor Landivar. Ese momento sin embargo, siente pesar en hacer los números, pero sabe bien que ahí está la salida. Tiene a la vista una serie de cuentas de una compañía de seguros a la que habían contabilizado siniestros y nunca reclamaron el efectivo por problemas legales. Algunas de estas eran hasta obsoletas. Marca en negrilla esas cuentas para revisarlas más tarde, cuando tuviera humor de hacerlo. Ahora saca un cigarrillo y se pone a fumar mientras ve el humo desvanecerse.

Ella siempre se sentaba en la parte de afuera del café para poder fumar tranquila. El cigarrillo se va consumiendo paulatinamente en la mano de Claudia que va teniendo cada vez menos interés en este. Sus ojos oscilan entre las caras de los extraños a su alrededor y su mesa vacía que espera el café con leche. Ellos hablan, ríen, gritan; ella mira su computadora y le da una pitada al cigarrillo, más por inercia que por gusto. Más allá esta su auto, una vagoneta que le queda grande porque viaja sola. Con la mano izquierda tamborillea sobre la mesa una tonada que no logra recordar mientras acerca la derecha a su nariz, ya no para fumar sino para pensar en si debería dejar de hacerlo, no solo ahora sino para siempre. Duda un momento, mira el humo esfumarse, le da un par de vueltas intentando leer la marca y mete una bocanada de humo a sus pulmones. No sabe porque pero se siente bien. Adentro hay una pareja tomados de la mano, riendo cada cierto tiempo, quien sabe porque. De repente abre un documento de texto, quiere escribir algo, desahogarse, aunque ni si quiera sabe que. Otra vez mira para todos lados y siente un cosquilleo en su estomago. Apaga el cigarrillo, aunque sabe que pronto prendera otro más. De nuevo vuelve su mirada a su computadora y se mete de lleno en ella varios minutos levantando la cabeza de rato en rato para ver si la mesera vuelve con su café. En una de esas le pareció ver un auto que conocido dar la vuelta buscando donde estacionar. Se levanto para seguirlo mejor con la vista cuando de repente llego la mesera y la sorprendió con su taza de café con leche.

-Eh… gracias- dijo Claudia distraída y a regañadientes mientras se sentaba.
-¿Por nada, necesita algo más?- pregunto ella.
-No- Claudia pensó un momento- oye, ¿Por qué la sonrisa?
-¿Y por qué no?- respondió esta algo extrañada. Después sonrió de nuevo y se fue.

En una mesa de más allá se sientan cuatro personas. Dos chicos, uno de diez u once años y el otro rondando los dieciséis, tal vez un poco más. Una señora de pasados los cuarenta y un hombre de casi cincuenta. Los chiscos llevan puesta típica ropa juvenil, bermudas y poleras simples. La mujer viste una blusa floreada, simple pero elegante, un pantalón capri que le llega a los tobillos y unas sandalias planas, algo no muy aconsejable a su edad. El hombre tiene una polera totalmente blanca, un jean celeste clásico y lleva consigo, aunque no puesta, una chamarra de cuero; totalmente innecesaria en ese calor. Ese hombre, tan desubicado en el vestir, es definitivamente Ernesto, pero como esta con su mujer, es el señor Landivar.

Cuando se dio cuenta Claudia volvió la mirada a su computadora, leyó lo que tenia escrito y lo borro súbitamente. Abrió las hojas de Excel donde estaban las cuentas de en las que estaba trabajando y no pudo entender ni lo más simple, las cerró también. Levanto la mirada otra vez y se decidió a hacerlo.

Ahora Claudia está volviendo a su vagoneta, con sus gafas puestas y un cigarrillo en la mano. Moviendo graciosamente las caderas para todos los que la estén mirando. Dejo el dinero de la cuenta sobre la mesa con una miserable propina para la ilusa de la mesera. Hasta mientras Ernesto Landivar se limpiaba la cara y la polera del café derramado ante la mirada de desconcierto de su esposa. Los hijos miraban a otro lado.

lunes, 3 de agosto de 2009

Para Fabiola

(Melodia y musica de "Hey There Delilah" de Plain White T's)

Oye Fabiola
Como estas allá en Francia
Yo acá escribiendo una canción
A ver si acorta la distancia

Y que mas da
Aunque no sirva hay que intentar
Quiero cantar

Oye Fabiola
Estoy recordando momentos
Que después de risas calladas
Me traen algún lamento

Por perder
El tiempo y no aprovecharte
Un poco mas

Pero yo siempre estaré ahí
Para vos, siempre estaré ahí

Y vos siempre estarás aquí
Para mí siempre estarás aquí

Oye Fabiola
Tengo un sentimiento extraño
Que a pesar de doler algo
No me hace nada de daño

Porque se
Que algún día volverás
Y esperare

Oye Fabiola
No te olvides que te fuiste
Por algo importante
Así que no estés muy triste

Porque allá
Lo que vos quieras lograras
Sé que lo harás

Y yo siempre estaré ahí
Para vos, siempre estaré ahí

Y vos siempre estarás aquí
Para mí siempre estarás aquí
Siempre estarás aquí
Siempre estarás aquí

sábado, 11 de abril de 2009

Jorge y Javier

Sí, fue ayer once de abril. ¿La hora? Habrán sido las nueve, tal vez un poco más no se. Yo llegué a esa hora y el ya estaba parado en el balcón un poco atontado, dijo algo que no entendí y de repente se lanzó. Sí yo vi como pasó.

El interrogatorio parecía no tener fin. Yo sudaba de la incomodidad, hasta de las nauseas de tener que haberlo visto así.

Yo se que pasaba por un mal momento, la verdad no me sorprende tanto. Le ofrecí toda la ayuda financiera posible y él la seguía rechazando, era muy orgulloso. Creo que la verdad nunca lo apoyé como debía, siempre fuimos muy unidos pero había temas que nos costaba tratar. Le afectó mucho la muerte de su hijo, murió hace unos meses en un accidente de tránsito. Poco después lo acusaron de matar a su esposa, yo sabía de sus problemas maritales pero nunca lo creí capaz, hasta ahora creo en su inocencia. ¿Como sabía qué iba a hacer? Mire, me llego este mensaje a las 20:03 llegué lo más rápido que pude, habrá sido el trafico no se. ¿Es todo? Me alegro, estoy muy conmocionado. Sí, si, iré a un medico de inmediato. Había terminado de declarar.

La policía estaba perpleja. Concluyeron que había intentado, fallidamente claro, otros métodos antes de caer por el balcón. Primero había intentado ahogarse a sí mismo, eso lo explicaba la bañera llena de agua y rebalsada en todo el piso del baño. Después, frustrado por la imposibilidad humana de ahogarse a propósito, debió querer torturarse antes de morir y se auto incinero. Suponen que como acto reflejo de supervivencia corrió a la tina de agua, de ahí las marcas chamuscadas del cerrojo del baño. Esto le dejo algunas quemaduras leves en la cara, unas un poco más graves en el torso y profundas quemaduras en los brazos y manos, a tal punto que le borraron las huellas digitales. Después tomo unas medicinas que tenia al alcance intentando provocarse una sobredosis, eso explicaba los varios químicos tranquilizantes encontrados en su cuerpo. Finalmente, mientras esperaba que surtieran efecto fue a su balcón. Una vez ahí se impaciento por la espera y se arrojo directamente al piso para terminar con todo. Desafortunadamente cayó de cara contra el cemento, lo que provocó el desfiguramiento de su rostro. Así murió Javier García.

Su hermano gemelo Jorge recibió su mensaje explicándole sus intenciones y corrió a ayudarle para evitar esta trágica situación, fue tan rápida su acción que al llegar se choco con el auto de Javier, lo que explicaba unas magulladuras en su cara y una leve deformación dental. Cuando llegó, debido al poco tránsito de gente por esa zona y a la hora estratégica de menor congestión en general, fue el único testigo del suicidio de este.

Javier se había echo una cirugía dental dos día antes del suceso. El día anterior a este había comprado varias herramientas de una ferretería cercana, un poco de kerosene y unos cuantos gramos de Valium. El día del incidente concertó un almuerzo para el medio día con su hermano Jorge, hasta mientras se dio un largo baño en la tina. Necesitaba relajarse.

Salí del comando policial muy incomodo y con muchos pensamientos en la cabeza. Tenía que ir a un cirujano dental, recoger y reparar mi nuevo coche y sobre todo acostumbrarme a la falta de mi hermano. Sí, mi hermano había tenido que morir, pero definitivamente valdría la pena, este cambio de nombre es todo lo que necesitaba.

martes, 24 de febrero de 2009

Canción del otro lado

Recuerdo que podia llorar
Me acuerdo que podía reir
Creo que hasta era feliz
En esos tiempos que podía sentir

Esos días ya quedaron atras
En el reino ese de nunca jamás
Esas puertas se me fueron cerrando
Y yo sabía que no las abriría más

Porque ahora así tengo que estar
Dormido y sin poder despertar
Sé bien que no me lo esperaba
Pero algún día me iba a llegar

Así el tiempo de repente paró
Y el aliento alguien me arrebató
No importa si es que algo comenzaba
Porque al fin y al cabo se terminó

Y ahora quiero volver
Prestarme tiempo ajeno y ver
Mi vida otra vez

Y ahora quiero volver
Darle la vuelta al mundo y asi
Volver a nacer

Hoy me siento lejos hasta de mi
Y los momentos que algún día viví
Como esa noche mirando a las estrellas
Y ese recuerdo que cree junto a ti

Tal vez el viento te haga llegar mi voz y
De alguna forma escuches esta canción
Hecha para llenarte de recuerdos
Y también apaciguar mi dolor

Y ahora quiero volver
Prestarme tiempo ajeno y ver
Mi vida otra vez

Y ahora quiero volver
Darle la vuelta al mundo y asi
Volver a nacer

Por las batallas que perdí y gané
Por tanta gente que algún día amé
Por las llanuras, bosques y las montañas
Por el sol que sale cada mañana

Por el olor a lluvia y tierra mojada
Por el viento cuando pega en la cara
Por los días que solo eran lamento
Pero ahora ni de eso me arrepiento

Solo quiero volver
Prestarme tiempo ajeno y ver
Mi vida otra vez

Y ahora quiero volver
Darle la vuelta al mundo y asi
Volver a nacer