miércoles, 2 de septiembre de 2009

Sociedad Anonima

Claudia estaba terminando de vestirse cuando Ernesto salió de la ducha.

-¿Ya te vas?- pregunto Ernesto.
-No,- respondió Claudia- solo quería vestirme.
-Está bien- dijo Ernesto secamente.

Claudia ya tenía puesta su corta falda negra de sastre pero no llevaba las medias panty con las que llego, aunque ni siquiera las necesitaba. Siempre cuidadosa de su aspecto físico, Claudia tenía las piernas bien depiladas y formadas por el gimnasio. Tenía las uñas, de las manos y los pies, pintadas a la francesa, color neutro y un elegante toque blanco en las ligeramente largas puntas. También vestía ya su sencilla blusa Fendi blanca, una de amplio escote pero no la tenía abotonada. Aparto su portátil para darle espacio a Ernesto que se sentó en la cama mientras se secaba el pelo. Claudia se le acerco para acariciarlo un poco y besarle cariñosamente el cuello.

-Ahora no- dijo Ernesto- en poco tiempo tengo que irme.

Claudia saco sus manos de los hombros de Ernesto y se alejo rápidamente. Ernesto se dio la vuelta y le paso una mano reconciliadora por la espalda mientras se echaba.

-Está bien- dijo Claudia- de todas formas tengo que preparar los estados financieros para el lunes.
-Ah, sí- dijo Ernesto- mándamelos lo más pronto posible, me gustaría darles un ojeada antes de presentarlos en la junta de socios.

Cuando la tuvo enfrente Ernesto no pudo evitar mirar sus senos desnudos bajo la delgada tela de la blusa blanca que apenas le cubría los costados de estos.

-El otro día te fuiste muy rápido,- dijo el- te olvidaste un sostén, creo que lo tengo en mi auto.
-No, no importa, seguro ya ni me hace- respondió ella.
-¿Por qué?- pregunto Ernesto sorprendido.
-¿Por qué?- repitió Claudia ofendida.
-Sí, ¿Por qué?- dijo el de nuevo.
-No importa- dijo Claudia claramente enojada mientras se abotonaba la blusa- mejor empiezo a trabajar.

Se puso rápidamente los altos tacos negros de punta descubierta, levanto su computadora y su cartera de cuero negro también. Ernesto lanzo un bufido en forma de queja y confusión por la reacción de Claudia. Ella volvió la mirada cuando estaba ya en la puerta, el se miraba cuidadosamente las uñas mientras se secaba los pies. Claudia volteo los ojos y simplemente se fue.

Ahora Claudia está manejando, disfruta hacerlo cuando se siente de mal humor. No está segura de donde está yendo, solo busca manejar por un tiempo, sin rumbo fijo, para despejar su mente hasta encontrar un lugar tranquilo donde trabajar. De verdad tiene que trabajar, y no está contenta por ello. Por lo general le gusta su trabajo, y eso que solo tiene que hacerlo unos días al mes, pero esta vez simplemente busca evitarlo. Para en un semáforo en rojo y a su lado lo hace un Toyota Corolla azul, relativamente nuevo, ella no podría asegurar de que año pero se ve vigente. Lo conduce un hombre joven de camisa celeste y gafas oscuras que habla por celular, él la mira de pasada y sonríe. Claudia lo tiene que mirar hacia abajo ya que su vagoneta es bastante más alta. Ella también sonríe pero el chico sigue hablando por teléfono y en poco tiempo el semáforo cambia a verde. El chico se va y Claudia tarda un poco en reaccionar mientras ve el auto alejarse; la despierta un bocinazo de un taxista atrás suyo y sigue avanzando. Entra por la avenida que sirve de boulevard de la ciudad en busca de un lugar tranquilo para trabajar. Da unos pocos vistazos a heladerías familiares y restaurantes-bar que tienen almuerzos de familia en la mañana y entretenimiento en la noche. Al fin ve un café casi vacío con las mesas afuera, para los fumadores. Por suerte hay pocos autos estacionados y consigue un lugar justo a un lado de este, en la calle con la que cruza, lo cual le complace pues le gusta exhibir su automóvil. Lo parquea con pocas maniobras a pesar de su tamaño y se prepara para bajar lentamente del vehículo. Primero se arregla un poco con ayuda del retrovisor, luego abre la puerta para posar delicadamente sus tacos en la acera y dejar a todos los hombres cercanos darle una hojeada a sus largas piernas apenas cubiertas por su pequeña falda negra, termina de bajar y mira a su alrededor antes de asegurar el auto. El hombre que se ofreció a cuidárselo tenia dibujada una sonrisa de satisfacción cuando se le acerco, prueba clara de que el método de Claudia funciona.

Claudia se sienta, mira a su alrededor y ve un pequeño grupo de amigos reunidos dentro del local y dos parejas sentadas en las mesas de afuera, cerca de ella. Al lado hay una heladería con dos familias. Saca su computadora y la prende mientras una chica viene a tomarle la orden. “Un café con leche” dice Claudia con una cortesía fingida totalmente en contra de su naturaleza. “En seguida” responde la joven con un inocente tono de voz típico de la gente que trabaja sirviendo comida o bebidas. Claudia la ve alejarse con una mirada de desaprobación, cercana al desprecio, que es oportunamente oculta por las gafas oscuras que lleva casi innecesariamente. A primera vista puede darse cuenta que clase de chiquilla es la mesera, tan inocente, tan simple, o tal vez, simplemente feliz. Se olvida de ella mientras comprueba la conexión a internet al abrir su cuenta de correo electrónico y ver un poco del correo basura acumulado, que borra de inmediato, también hay un mail del señor Landivar del día anterior. Lo abrió. En un tono totalmente formal este le encargaba que se hiciera cargo de las cuentas de la empresa lo antes posible. Claudia se siente molesta y confundida, no hay ninguna señal de que quisiera discutir lo que habían hecho temprano esa mañana. Lo borra rápidamente y cierra la computadora de golpe.

El café le llega en poco tiempo y se lo trae la misma chica con una tonta sonrisa en la cara. Claudia no le da mucha importancia pues ya está viendo los estados financieros, intentando descubrir que podría mover. Las planillas de sueldos están todas pagadas y con una dudosa provisión para dos años adelante lo que le cierra una puerta fácil de escape, también se le ocurre poner como excusa una inversión en ciertos negocios difíciles de rastrear, aunque después recuerda los problemas que había tenido en el pasado el señor Landivar frente a los accionistas por unos supuestos activos tóxicos de los que nunca habían oído hablar. De repente ve una oportunidad, al parecer en una sucursal lejana, al otro lado del pacifico, había habido un incendio en el almacén de suministros, ahí podría poner fácilmente como perdida una tajada de los ingresos extras del señor Landivar, y suyos. Después se percata que debía ser cuidadosa por lo difícil que sería engañar a la compañía de seguros para cargarle daños extra. Lo tenía bien difícil y la verdad pocas ganas de trabajar.

Claudia no está segura como es su relación con el señor Landivar, a quien a veces puede llamar Ernesto, pero esta no es una de esas. Primero se conocieron casualmente, ella todavía era joven, recién salida de la universidad y con ganas de trabajar lo más pronto posible. No se conocieron en un ambiente laboral, es más, Claudia conoció primero a Ernesto, después llegaría el señor Landivar. A pesar de ser al menos una década mayor Ernesto cautivo a Claudia al instante. Fue tal vez su sentido del humor, su facilidad de palabra, sus conocimientos de hombre de mundo o su vida relajada a pesar de ser un importante hombre de negocios. Lo que sea que hubiera sido, le gusto rápidamente a Claudia y ella, que todavía no sabía que él estaba casado, se puede decir, actuó inocentemente. Al día siguiente ella no supo nada de él, había desaparecido. Poco tiempo después se entero de su estado civil lo que acabo de destrozarla.

Por razones del destino, o quien sabe que fuerza mayor, Claudia conoció al señor Landivar en una entrevista de trabajo unas semanas después. El formaba parte del grupo que la entrevisto. A pesar de ser tres socios Claudia solo sentía la presencia de uno, cosa que no la ayudó en nada. Ella estaba nerviosa, confundida, distraída. Algo no salió bien. Era un puesto de asistente contable en una importante empresa de telefonía internacional, ideal para su primer trabajo. No lo consiguió. No necesito oír respuesta alguna, ella sabía que no conseguiría el trabajo el momento en que vio el intercambio de miradas entre el señor Landivar y otro de sus socios. Un tipo bastante frio y que tenia dibujada en su cara una mirada claramente despectiva. Le agradecieron que se presentara y ella les agradeció por su tiempo, todos con falsas sonrisas en la cara. Claudia estaba rota por dentro, se reprochaba su propia actitud infantil, su pésima reacción y su inocente esperanza de haber causado alguna impresión en Ernesto, o el señor Landivar. Claudia lloraba sola en el baño. Después de un tiempo se calmo, se lavo bien y se maquillo de nuevo con los polvos que siempre guardaba en su simple cartera de tela blanca para emergencias como estas. Salió del baño y vio al señor Landivar hablando con el otro socio que la entrevisto. Se apresuro a la puerta para evitar que la viera pero él se despidió rápidamente y se interpuso en su camino.

-Hola- dijo él con un tono extrañamente casual.
-Hola- respondió ella algo nerviosa
-Claudia- hizo una pausa mientras la miraba fijamente a los ojos- ¿te gustaría trabajar conmigo?
-¿Perdón?- dijo ella, que estaba perdida en sus ojos, parecía que miraba a alguien más.
-No aquí- continuo- creo que no les causaste una buena impresión a los demás, pero pareces una chica trabajadora y me gustaría darte una oportunidad.
-No entiendo- fue lo único que atino a decir.
-Mira, yo hace tiempo pensaba dejar de dirigir esta empresa, la mía está creciendo y me parece el momento apropiado para hacerme cargo de ella. Verás, como te digo la empresa se está ampliando más que satisfactoriamente y la gerencia de contabilidad cambio a una de finanzas pero todavía necesitamos quien lleve las cuentas diarias.

Claudia conocía la empresa del señor Landivar. Una compañía de servicios que había fundado el mismo hace no muchos años y en la que participaba como socio mayoritario. En efecto estaba creciendo y hasta sabía por algún allegado de una posible incursión en el mercado internacional. Una muy buena oferta en efecto, pero por alguna razón ella dudo.

-Es una oferta excelente si me lo preguntas- dijo Ernesto al notar la indecisión de Claudia en el momento de silencio.- Trabajarías pocas horas a la semana, tal vez al mes, y eso te da la posibilidad de estudiar algo, de especializarte en algún área de tu interés.
-Sí- dijo ella finalmente- me gustaría mucho. ¿Cuándo tendría que presentarme?

-Tranquila de eso me arreglo yo- dijo él satisfecho.- Claro, primero tengo que asegurarme la dirección en la próxima junta de accionistas- terminó de sentenciar con una sonrisa.

Claudia lo acompañó en el acto a pesar de no ver la gracia. Estaba viendo su perfecta sonrisa de vendedor ambulante y sus ojos, en apariencia sinceros, cualidad clara del mismo oficio. Pero a ella no le importaba, es más, le gustaba.

-Bueno, que te parece si vamos a tomar un café- dijo Ernesto- ya sabes, para ultimar detalles.
-Claro- dijo ella con una sonrisa tonta e inocente- me encantaría.

Ese día Claudia volvió a conocer a Ernesto. Ese día Claudia rio inocentemente por última vez.

Claudia se sienta frente a su computadora, navegando en sitios sin importancia, revisando sus redes sociales e intentando reencontrar motivación para trabajar. Facebook, Messenger, sitios de citas rápidas como Cupido2.com entre otros. Alguien le había escrito “Que tal linda, la pase bien anoche, te gustaría ir a cenar alguna vez?” Claudia recuerda vagamente a ese chico, aunque no tiene importancia. La mesera se le acerca para retirar la tasa vacía y Claudia pide otro café con leche. “En seguida” responde esta con un servilismo casi molesto. Claudia vuelve a ver las cuentas a modo de esconder las páginas de internet de la chica que se le acerca y aprovecha esta vez para ver si encuentra alguna salida para el “capital Landivar”. Efectivamente, ahora le parece ver una posible fuga de dinero donde ocultar las ganancias del señor Landivar. Ese momento sin embargo, siente pesar en hacer los números, pero sabe bien que ahí está la salida. Tiene a la vista una serie de cuentas de una compañía de seguros a la que habían contabilizado siniestros y nunca reclamaron el efectivo por problemas legales. Algunas de estas eran hasta obsoletas. Marca en negrilla esas cuentas para revisarlas más tarde, cuando tuviera humor de hacerlo. Ahora saca un cigarrillo y se pone a fumar mientras ve el humo desvanecerse.

Ella siempre se sentaba en la parte de afuera del café para poder fumar tranquila. El cigarrillo se va consumiendo paulatinamente en la mano de Claudia que va teniendo cada vez menos interés en este. Sus ojos oscilan entre las caras de los extraños a su alrededor y su mesa vacía que espera el café con leche. Ellos hablan, ríen, gritan; ella mira su computadora y le da una pitada al cigarrillo, más por inercia que por gusto. Más allá esta su auto, una vagoneta que le queda grande porque viaja sola. Con la mano izquierda tamborillea sobre la mesa una tonada que no logra recordar mientras acerca la derecha a su nariz, ya no para fumar sino para pensar en si debería dejar de hacerlo, no solo ahora sino para siempre. Duda un momento, mira el humo esfumarse, le da un par de vueltas intentando leer la marca y mete una bocanada de humo a sus pulmones. No sabe porque pero se siente bien. Adentro hay una pareja tomados de la mano, riendo cada cierto tiempo, quien sabe porque. De repente abre un documento de texto, quiere escribir algo, desahogarse, aunque ni si quiera sabe que. Otra vez mira para todos lados y siente un cosquilleo en su estomago. Apaga el cigarrillo, aunque sabe que pronto prendera otro más. De nuevo vuelve su mirada a su computadora y se mete de lleno en ella varios minutos levantando la cabeza de rato en rato para ver si la mesera vuelve con su café. En una de esas le pareció ver un auto que conocido dar la vuelta buscando donde estacionar. Se levanto para seguirlo mejor con la vista cuando de repente llego la mesera y la sorprendió con su taza de café con leche.

-Eh… gracias- dijo Claudia distraída y a regañadientes mientras se sentaba.
-¿Por nada, necesita algo más?- pregunto ella.
-No- Claudia pensó un momento- oye, ¿Por qué la sonrisa?
-¿Y por qué no?- respondió esta algo extrañada. Después sonrió de nuevo y se fue.

En una mesa de más allá se sientan cuatro personas. Dos chicos, uno de diez u once años y el otro rondando los dieciséis, tal vez un poco más. Una señora de pasados los cuarenta y un hombre de casi cincuenta. Los chiscos llevan puesta típica ropa juvenil, bermudas y poleras simples. La mujer viste una blusa floreada, simple pero elegante, un pantalón capri que le llega a los tobillos y unas sandalias planas, algo no muy aconsejable a su edad. El hombre tiene una polera totalmente blanca, un jean celeste clásico y lleva consigo, aunque no puesta, una chamarra de cuero; totalmente innecesaria en ese calor. Ese hombre, tan desubicado en el vestir, es definitivamente Ernesto, pero como esta con su mujer, es el señor Landivar.

Cuando se dio cuenta Claudia volvió la mirada a su computadora, leyó lo que tenia escrito y lo borro súbitamente. Abrió las hojas de Excel donde estaban las cuentas de en las que estaba trabajando y no pudo entender ni lo más simple, las cerró también. Levanto la mirada otra vez y se decidió a hacerlo.

Ahora Claudia está volviendo a su vagoneta, con sus gafas puestas y un cigarrillo en la mano. Moviendo graciosamente las caderas para todos los que la estén mirando. Dejo el dinero de la cuenta sobre la mesa con una miserable propina para la ilusa de la mesera. Hasta mientras Ernesto Landivar se limpiaba la cara y la polera del café derramado ante la mirada de desconcierto de su esposa. Los hijos miraban a otro lado.