domingo, 26 de enero de 2014

Crónica de una muerte desapercibida

Al final, el Viejo ya no caminaba presuroso por llegar a casa, mas la inercia que el tiempo inflige a los cuerpos tendidos en la batalla de la vida lo movía de la misma manera en la que él lo hubiera hecho Aquella Vez. Mencionar su nombre o el de sus allegados seria irrelevante ya que, si algo ha probado esta pesquisa, es que no hay mortal en este mundo con el que ellos hayan mantenido relación en estas últimas décadas.

El Viejo no perdió su último aliento de vida hasta bien entrados los setenta años, aunque se dice que solo Ella sabía con exactitud su edad, lo cual no nos ayuda mucho ahora. Ella debía estar más o menos a su altura en longevidad. Los lugareños dicen que desde el momento que llegaron, ara unos cuarenta años ya, estaban juntos aunque no casados. Por entonces, el Viejo trabajaba de contador en una conocida fábrica de cemento, razón por la que se mudaron a esta ciudad en primer lugar. Ella era escritora de profesión y en ocasiones hacia de profesora suplente de primaria para ayudar con las finanzas del hogar, aunque no hay registros suyos en las escuelas.

Poco después de asentados, oficializaron su relación civilmente ofreciendo solo una pequeña cena para los únicos amigos que habían labrado hasta ese momento, quienes aparentemente serian los únicos con quien tuvieran contacto fuera del ámbito profesional. Una pareja de vecinos suyos, ya fallecida lamentablemente, y un primo de Ella fueron los únicos testigos del acto civil y presumiblemente los únicos invitados en la cena. El primo, al igual que toda la familia de ambos, ha sido imposible de contactar.

El cuerpo de el Viejo yacía tendido en su cama, con los dedos agarrotados por el rigor mortis y una mueca en el rostro que se asemeja a una sonrisa. Ella se encontraba a su lado, que al vecino que los halló le pareció un tanto extraño. El reporte forense indica que el cuerpo de Ella estaba mantenido en sorprendentemente buen estado, como si hubiera fallecido solo minutos atrás, mientras el del Viejo mostraba indicios de un cadáver con cerca de una semana de defunción. Sin embargo, estos no habían hallado ninguna falla en los órganos vitales de ninguno de los dos, lo que hace de este caso uno especial. Incluso indican que el cuerpo de Ella muestra fuerte compresión muscular en las piernas, lo que nos lleva a suponer que hubo actividad física inusual de su parte antes del deceso. Los huesos de el Viejo muestran un fuerte desgaste, parecido al causado por osteoporosis, mientras que Ella muestra una sorprendentemente saludable composición física, especialmente tomando en cuenta sus condiciones de vida.

El Viejo había dejado su trabajo en la fábrica de cemento después de aquel Incidente por uno no tan bien pagado pero que le requeriría menos tiempo. También se había mudado, como nos dijo su antiguo Casero, a una pequeña casa de un solo piso de la que se había hecho acreedor. Fue este, su antiguo Casero, el que nos dio una luz que nos guía a suponer nuestra conclusión.

Hace más de treinta años, cuando ambos ya se habían instalado en la zona, Ella había quedado embarazada. El momento no pudo ser el más apropiado pues Ella recientemente había publicado una novela y podría dejar de ser profesora sin ser una carga económica para su marido, quien a su vez empezaba a trepar en la escala laboral de la fábrica de cemento. Para celebrar la noticia, el Casero fue invitado a una cena donde también participó la Pareja amiga de ellos. Fue ahí cuando el Casero por fin empezaría a intimar con el Viejo a un nivel un poco más allá del profesional. Tanto el Viejo como Ella eran de buenos modales y charla amigable, aunque no muy elocuentes. Esto, sumado al aire de timidez que cuenta el Casero ellos irradiaban, no hace tan extraño que sus defunciones hayan pasado inadvertidas en un pueblo donde nadie más que el jefe inmediato de el Viejo los conocía. De todas formas, tanto él como Ella estaban en las cúspides de sus carreras y la concepción no pudo venir en un momento más adecuado.

Dicen quienes vivían en el mismo complejo que ellos que el Viejo corría todas las tardes después del trabajo directo a su hogar, saltando las escaleras en un frenesí de felicidad. Es así que correría del trabajo a casa todos los días de su vida, incluso cuando sucedió el Incidente. Incluso así llego Aquella Vez.

Meses después de la cena, nos cuenta el Casero, probablemente cuando se acercaba la fecha en que Ella iba a concebir, esta se vio involucrada en un un accidente vial. Ella pasó algún tiempo internada con lesiones que requerían atención pero no eran del todo graves. Lo que vale recalcar del accidente es que fue entonces cuando Ella habría perdido al bebe que gestaba. Dice el Casero que Ella había cambiado su personalidad desde entonces, de una forma en que se veía impedida tanto para trabajar como para escribir. Es más, se dice que desde entonces le era casi imposible relacionarse con otra gente que no sea el Viejo. El Viejo se enteró del accidente cuando encontró un auto policial parqueado en la acera de su complejo. Tuvo que disminuir la velocidad con la que subía las escaleras al darse cuenta que estos lo esperaban a él en la puerta de su apartamento. Aquella Vez, los policías lo escoltarían al hospital mientras le explicaban la situación. Ella había estado en un accidente vial cuando el taxi en el que viajaba chocó contra un imprudente conductor alcoholizado. Solo podemos suponer la reacción de el Viejo, pero su Casero nos dice que después de volver con Ella a su apartamento él siguió con su vida normalmente. La única diferencia que  este notó fue que el Viejo, reservado desde que lo había conocido, se había vuelto un poco más hermético en su trato con terceros. Por otro lado, los mismos que dicen haberlo visto correr y saltar de vuelta a su hogar en el día a día  dicen que desde entonces lo notaban volver caminando lento y cabizbajo; “pero siempre con una sonrisa a un lado de la cara” añade una Señora de Edad que dice recordarlo bien a pesar de nunca haber intercambiado palabras con él. Su personalidad no habría cambiado significativamente hasta el Incidente, nos dice el Casero.

Después del accidente ellos continuarían viviendo en el mismo complejo por unos meses más, después se mudarían abruptamente a pesar de tener un contrato firmado por más de un año. El Casero nos dice que cuando se mudaron lo hicieron bajo tales circunstancias que él  mismo no hubiera permitido al Viejo seguir pagando renta sin que vivan en el mismo lugar. La, ahora, Señora de Edad se había mudado al apartamento de al lado cuando apenas había egresado de la universidad. Es ella quien nos proveyó de más detalles sobre lo que pasó Aquella Vez. Nos dice la Señora de Edad que siendo nueva en la ciudad y con un humilde trabajo como ayudante de modista, procuraba siempre hacerse con tantos contactos como pudiera. Así es que quiso conocer a la pareja y termino por conocer a Ella, quien desde la primera vez que la recibiría se mostró fría y distante. Más tarde conocería a el Viejo, “Todavía era un hombre decente y de espíritu férreo”-aporta ella- “aunque algo parecía faltarle”. Un hombre, dice ella, que si bien parecía tener una actitud permanentemente positiva, también mostraba un aire de permanente cansancio que le aquejaba en cada paso. Porque el Viejo, relativamente joven aún, ya no corría presuroso de vuelta a casa, mas la inercia de la rutina lo obligaba a dirigirse diligentemente de vuelta a Ella, y así lo hizo Aquella Vez. Y fue una tarde, ya anocheciendo, poco después de que la Señora de Edad había llegado del trabajo que todo se sucedió de repente. La Señora vio a Ella, afuera de su casa con una mirada perdida y una sonrisa maquiavélica, leyendo un libro apoyada contra la puerta cerrada de su hogar. “Estaba esperando a su marido” dijo la Señora.

La Señora reaccionó de la forma que uno esperaría de cualquier persona normal e inmediatamente llamó a la policía. Lo único que ella había visto hasta entonces eran los todavía frescos rastros de sangre en las escaleras que venían desde la puerta de su casa. El Casero nos informa que adentro de la casa había una nota para el Viejo que él, por mínimos modales, no había leído. La Señora nos dice que, viéndola vestida de manga larga y pantalones, Ella no mostraba daños físicos cuando la vio en la puerta de su complejo. Ocultos debían haber estado los cortes, pues nos dicen que tras la llegada la policía, con una ambulancia, los médicos descubrieron a primera vista que ella era la víctima y la sangre no era otra sino suya. Pero, como tanto el Casero como la Señora de Edad recuentan, Ella rehusó vehementemente la ayuda médica argumentando que debía esperar a su esposo. Poco después de armada tal escena el Viejo llegaría, a paso lento primero, luego apresurado al ver a su esposa siendo el centro de atención de la fuerza policial. Por segunda vez en tan corto tiempo. La Señora había visitado a Ella una vez, mientras esta estaba internada en el hospital. El Casero habría interactuado con el Viejo por última vez pocas semanas después de aquel Incidente, cuando el Viejo rompió el contrato para mudarse.


Si hay algo que podemos deducir de los últimos momentos de su vida, es que el Viejo, ya no sonreía, como lo hace ahora su cuerpo inerte. Es que el Viejo, después del injusto castigo impuesto a él por el tiempo ya no descansaba, como aparenta su cuerpo, ahora en la fría mesa de la morgue. Poco sabemos, es verdad, pero lo que sí sabemos es que el Viejo, cansado y abatido, sin descansos ni sonrisas en la cornisa de su cara; seguía intacto el camino de su hogar a su trabajo y así viceversa. Pero el Viejo ya no caminaba presuroso por llegar a casa, mas la inercia que el tiempo inflige a los cuerpos tendidos en la batalla de la vida lo movía de la misma manera en la que él lo hubiera hecho Aquella Vez. Como así lo hizo esta última vez.

Diario El Porvenir
Noviembre, 7 2009

sábado, 25 de mayo de 2013

Killing us softly

It has been an awful couple of weeks, by far the worst of my life. Wherever I see, my own are dropping like flies. Either slowly while sick, or swiftly in a dreadful and painful way. Oh Lord if you can hear me, what have we done to deserve this? What sins have we committed if not just try to survive? This is too much for me, I can’t stand it anymore. But there is not much I can do, I’m too old. I’m too old to fight, too old to help my family, but most importantly, too old to die young. Now I’m here, breathing and waiting. Waiting longer than most others I know, waiting to die as my last breath will be taken away any moment now, while seeing my love ones die. One at a time, with a slow but certain death.

I still remember Jack’s death. Jack came out of our hiding place, one of the few brave ones that did, trying to find food for him and his family. Then, It spotted him. What a horrific sight I saw. With a single blow, It fatally injured Jack, but still he didn’t die. In unimaginable pain, Jack desperately moved his limbs everywhere asking for a merciful final blow that would end his suffering. But It didn’t kill him just yet. No, It was rejoicing in Jack’s pain. After what to me felt like forever, I can’t even imagine how Jack felt it, It struck again, ending Jack’s miserable final minutes. Even then, that wasn’t enough for It. Like Achilles in his blind rage and trip of power, when he took Hector’s body as a token of his victory, It did the same. It was not pleased just with Jack’s death so It took Jack's lifeless body and proceeded to defile it. It threw the corpse in the big round lake and shot at it with some seemingly toxic fluids, trying to sink Jack's floating body. It was a gruesome scene. One that as I watched from the iron mountain was too shocked to take my eyes off. One that will be in my memory until my, hopefully soon coming, deathbed.

Everyone knows that a similar faith awaits to those who leave the caves. A similar death is what anyone who is spotted by the beast can expect. And here we are, with no alternative. Stuck in this place, with no food and a poisonous air that takes away the life of the younger, and makes it excruciatingly painful for us elder ones to even breath. And while we may not have any food, we have no business trying to get any, as we know what has happened to those that tried.

So here we are, while It is killing us softly with Its gruesome tactics in this game of chess where we are in the losing end. Waiting for our time to come or for the next Jack that decides he’s got a chance of getting us something to eat. Jack was a brave cockroach indeed, but every day there are fewer like him, and our fate seems more certain than ever. I personally just want this to end.

martes, 1 de enero de 2013

Chapter 1


Think about it. Get ready. Freak out. Puke. Think again. Change your mind.

Fall in love; you’ll cherish that when you get old.

Make mistakes, get drunk, smoke some weed, sleep around. Wear the same jeans for three days, and a really tight white tee, it won't fit you again. Cut your hair, grow it long, dye it pink, shave it back. Work out, you have the time, eat junk food, won't be that bad. Read a book, read the news, listen up and do talk back. 

The ceiling is dirty. A few spots of grease on it, who knows how they got there. The floor is even worse, haven't vacuumed in months. The computer’s brilliant screen is annoying in the dark, why it is still on is a mystery to me. In this silence, the ticking of the watch on the coffee table can be heard loud and clear across the room.

Go to class but skip a few, they won't miss you there. Pick a fight, break your nose, taste the blood, spit it out. Take some pictures, you’ll want to remember this. Laugh, cry, smile, lie. Go skinny dipping, early in the fall, when it’s not that cold yet.

There’s a cold drift of air coming from the half open door. October’s winds are hard to predict, ranging from warm to mildly cold. Tonight it’s pretty cold outside, but people are still out there, it’s a Friday anyway. People will be coming back sometime soon, they always do. The couch is really small, my neck hurts and my feet are hanging on the other side.

Take some time, make it fast, have it slow, hurry up. Go alone to a bar and try talking to a girl. It will probably end in nothing, but that’s ok, it happens all the time. Sing off tune, dance off beat, scream your lungs out, jump around. Go alone to a bar and don’t talk to anyone. Someone will approach you, it just works that way.

Fall in love again; it’s not that hard the second time.

Think about it. Get ready. Freak out. Puke. Think again. Not ready.

-"Hey Jim, what are you doing?"

-"Nothing".

domingo, 24 de julio de 2011

3 a.m.

-What are you doing?

-What all the drunk people do when they’re drunk- said Jake.-Being a fucking genius.

-Are you even drunk?-Sam asked.

-No,-replied Jake- but I’m not a genius either.

Sam just passed him by on his way to the kitchen, coming back from bars always opened his appetite. There, he inspected the fridge carefully searching for some leftovers that could make a good three a.m. snack. In the meantime, Jake closed the Word sheets he was working on and opened a browser to put some music. It was a good chance to relax and talk as they hadn't done in a long time. Sam got to the living room with a ham and cheese sandwich in one hand and a couple of beers in the other.

-Here- he said- you are not drunk enough to be a genius yet.

-Thanks- Jake said with a smile.

Then they both stayed in silence while listening to the first couple of minutes of “Shine on You Crazy Diamond” by Pink Floyd. The apartment was a mess, as it usually was on Sundays, but they had all day to work on it.

-Do you remember that movie?- asked Jake out of the blue.

-Which movie?- replied Sam.

-I don't remember the name.

-What was it about?

-I don't remember either- said Jake doubtful.-It’s the one by Woody Allen.

-Oh,-said Sam with a blank stare- yea, that’s a good one.

They stood in silence for about a minute then burst out laughing. Sam took a couple of small paper sheets, placed some brown and greenish dry leaves on them and rolled the papers up. He passed both, one at a time, to Jake who proceeded to light them up. They each took a deep stroke as the saxophone solo was on its peak. Then they kept on being silent, just taking some puffs and listening to the music for about five or six more minutes.

-Yea, it’s a pretty good movie- Jake finally said.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Seven Hours

Does forever mean forever?
Or it only means three weeks?
It could be a life together
But we is more than you and me

Are the stars countless and restless?
Or will one day go away?
Light is so shapeless and weightless
And it feels like always sways

Does the moon have its own light?
Is the sun’s reflect a myth?
Only New Moon's always bright
It’s surrounded by its own mist

Does the earth go round the sun?
Or is it backwards as I think?
Galileo got something wrong
It all goes around you, My dear

lunes, 16 de agosto de 2010

Bendita tu eres entre todas las mujeres

La música impregnaba el ambiente, las luces centelleaban por doquier, todos bailaban delirantes. María sonreía y cuando lo hacía, todas a su alrededor sonreían también. Bailaban sin preocupación como solo pueden hacerlo cuando están entre mujeres. María usaba una falda corta blanca a cuadros azules, sandalias de corto taco anabella que la hacían parecer de metro sesenta y una blusa simple sin mangas de color negro con amplio escote que se acomodaba perfectamente a su pecho. Usaba su largo, rizado y revoltoso pelo suelto apenas acomodado con una horquilla meramente decorativa que tenía una pequeña flor al lado derecho de la cabeza y otra invisible al lado izquierdo. María lucía radiante bailando con sus amigas en la discoteca.

Los cuerpos pegados en constante contacto, las caderas moviéndose sin control, las piernas incansables mostrando la suculenta piel, los brazos siguiendo el ritmo en un vaivén aleatorio y la cabeza ladeándose en un movimiento lento y sensual. Baile de mujeres, fuente de fantasías para los hombres; y ellas son muy consientes eso. María estaba allí para relajarse, bailar con sus amigas que no veía hace mucho tiempo, botar la tensión acumulada por el trabajo, los estudios y el ambiente familiar; estaba ahí para darse un muy merecido descanso. Pero sus amigas no se encontraban ahí por la misma razón. Para ellas ser carne de rapiña era un juego estimulante. Ocasionalmente se acercaban grupos de hombres o solo de a dos, ofreciendo un baile o una bebida a un par de ellas. Estas las rechazaban alimentando así el deseo de quienes las miraban de más lejos. Todo llegaría a su tiempo.

Un par de sus amigas se alejaron del grupo para ir a la barra a tomar algo. En poco tiempo volvió una de ellas para decirle algo a María. Esta no le dio importancia porque la música dificultaba la conversación y solo le interesaba bailar, pero unos segundos después se dio cuenta de que hablaba.

Se apareció de repente al lado suyo, con su pelo largo y desprolijo y una descuidada barba a medio crecer que le daba cierto aspecto bohemio. Vestía una camisa manga corta, verde militar, que por el corte apretado le enfatizaba su ancha espalda y brazos fornidos, un pantalón jean desgastado como siempre usaba, un cinturón de pita color caqui que usaba más por apariencia que por funcionalidad y unos mocasines café claro planos. María reconoció en sus ojos inyectados de sangre las penetrantes pupilas café oscuras tirando a negras que la miraban fijamente a pesar de su apariencia pérdida.

-María- dijo Fausto a media voz, aunque esta se perdió en la música.

-Por favor, déjame sola- dijo María, lo suficientemente fuerte como para que la escuchase.

Ambos quedaron inmóviles y en silencio por lo que les pareció una eternidad. Después Fausto asintió con la cabeza y se alejó de ella lentamente, con la mirada en el piso. María continuó quieta un tiempo más hasta que una mano se acercó a su hombro y alguien le preguntó “¿Estás bien?”. Ella dijo que sí i aunque no sabía muy bien quién o qué preguntaba. No podía pensar claramente.

María salió de la discoteca apresurada caminando un poco para alejarse del ruido y los pensamientos que le traían. Un poco más lejos vio a una de sus amigas hablando por teléfono aunque sin mover sus labios. Al parecer está notó su cara de preocupación y colgó el teléfono de inmediato. Se acercó a María con los ojos enrojecidos y al verla afligida le preguntó.

-¿Estás bien?- la pregunta recurrente que más le molestaba.

-Sí- respondió María no queriendo hablar del asunto. Le noto una lagrima en la mejilla y mientras se la limpiaba le pregunto- y tú, ¿estás bien?

-Bueno…- empezó Diana. Luego calló por unos segundos mientras miraba al horizonte hasta que rompió en llanto.- No me contesta- intentó continuar entre sollozos.

María apoyo la cabeza de Diana en su hombro y la abrazó mientras le suspiraba al oído “tranquila, tranquila”. Sabía bien que Diana se había estado pasando de copas y esperaba que tarde o temprano cayera en las garras del remordimiento. Diana no podía articular palabras, en parte por el alcohol en parte por el dolor, pero María entendía que el problema era un hombre y así se lo hizo saber. Diana se soltó, se limpio las lágrimas y la miro fijamente a los ojos intentando decirle algo, pero esta solo logró murmullar “no…” luego volvió a soltar lágrimas y al instante María se le abalanzo con un abrazo. Ese fue su error.

Al día siguiente María despertó tarde aprovechando que era domingo y no tenía nada pendiente. Se levantó de la cama, se sintió los labios con los dedos y se volvió a echar. Quería aprovechar ese tiempo libre un poco más, pero su naturaleza diligente la obligo a levantarse y empezar con la limpieza del hogar. Se puso de pie de un salto y luego de desperezarse por unos segundos fue a abrir la puerta superior derecha de su grandioso tocador. Sacó el rosario, miró el portarretratos de su madre y empezó con la oración de los domingos. Estaba empezando el segundo misterio cuando una llamada la interrumpió de golpe. Hablo por dos minutos y después se dejo caer en su cama. Eran noticias sobre su hermano, malas noticias. Terminó con su rosario en poco más de media hora y fue a prepararse algo rápido de comer, luego empezó a alistarse para salir.

Cuando salió de la ducha se percató que tenía una llamada perdida de Diana en el celular. Tenía prisa así que no le dio importancia a ese detalle y no pensaba devolverle la llamada. Se puso la primera blusa blanca que encontró, jean celeste y unas sandalias planas. Como todos los domingos se paso una abundante cantidad de crema por el largo y negro pelo para apaciguar un poco sus rebeldes rizos pero no para matarlos. Montó su pequeño Suzuki Baleno del 2001 y partió rápidamente a la clínica.

Hace como un mes que había logrado hacer ingresar a su hermano. Tuvo que forzar su entrada después encontrarlo convulsionando en la sala al volver de la universidad. Desde que entró a la clínica, el síndrome de abstinencia le había afectado bastante. Cada vez que María lo visitaba lo encontraba un poco mas pálido y flaco. Al principio parecía para mejor que adelgazara los cerca de cien quilos que llevaba hace tiempo, pero ahora lo veía débil e indefenso. En la llamada que acababa de recibir no le habían especificado el problema pero supuso era alguna deficiencia alimentaria o algo así.

Llegada a la clínica espero un momento afuera contemplando la impresionante infraestructura. Su madre había dejado un fondo para ese fin exactamente así que no se preocupaba por el costo. Aunque cada vez que iba a visitarlo le sorprendía el nivel del sanatorio. Al ser propiedad de una iglesia, su entrada principal tenía el techo alto y triangular típico de estas, con una cruz en la punta. Pero alrededor tenía un diseño más contemporáneo, estilo minimalista. Pintada totalmente de blanco, la fachada no tenía relieves de ningún tipo, lo que le daba un toque de simplicidad y buen gusto. La doble puerta principal de tres metros de ancho por dos y medio de alto permanecía abierta perpetuamente para mostrar calidez y confianza a sus visitantes. Adentro el color predominante también era un tipo de blanco, aunque más tirando a color crema; y poseía un jardín envidiable con varios setos bien podados. Todo para crear un ambiente de paz, comodidad y tranquilidad entre los internados, haciéndoles olvidar el enclaustramiento en el que realmente se encontraban. Pero a pesar de toda la construcción exterior los cuartos eran pequeños y la sección médica era insuficiente en muchas ocasiones. De eso se dio cuenta María al llegar.

Su hermano estaba postrado inmóvil en una cama reclinable, típica de hospital, en un cuarto que debía ser un consultorio improvisado. Estaba precariamente intubado y con suero en el brazo izquierdo, donde le brotaban visiblemente las venas color verde con contorno violáceo. María corrió asustada a su encuentro y lo halló con una preocupante faz, demacrada y falta de color. María buscó consuelo, alivio o un mínimo de información sobre la situación de su hermano dirigiéndole una mirada desesperada a quien creía era la enfermera, ya que esta se encontraba curándole unos profundos cortes en el brazo derecho de su hermano. Esta sin embargo, apenas pasó de una descarada mirada de asco a una de indiferencia cuando se fijo en María.

-Cualquier consulta es directamente con el doctor Martínez.

El doctor Martínez era el jefe de psiquiatría, ella ya lo conoció cuando dejo ahí a su hermano. Cuando fue a verlo noto su cara de preocupación al instante. Después de saludarse formalmente María tomó asiento.

-Le tengo malas noticias- empezó el doctor- no sabemos cómo pero su hermano consiguió una bolsa.

-¿Entonces lo está haciendo otra vez?- pregunto ella.

-Sí, y no es solo eso, creemos que fue algo grande.

-No entiendo, que quiere decir.

-María- empezó el doctor.- Me temo que Roberto sufrió una sobredosis. Lo encontramos desmayado y después de correr unas pruebas descubrimos más problemas.
-¿Qué problemas?- preguntó María aún mas preocupada.
-Bueno- dijo el doctor otra vez con su voz calmada- hallamos una vena dañada en el cerebro. Es una vena muy pequeña vena pero mal que mal afecta a todo el sistema cardiovascular.

-¿Va…- empezó a tartamudear María- va a estar bien?

-Intervenimos en cuanto pudimos y ahora está en un coma inducido estable. Existen esperanzas pero no sabría decirte cuanto tiempo esperar. Esperamos que se recupere, pero en estos casos siempre hay riesgos.
-Está bien- dijo María asintiendo después de un pequeño silencio.- Gracias por avisarme doctor.

-Claro, es lo mínimo que podría hacer- dijo él.- Confió en que todo salga bien, espero verla pronto.

Se dieron la mano y María salió apresurada. Volvió a ver la cara de su hermano, simplemente no era él. No podía aguantar estar ahí mucho tiempo así que salió y, al no tener donde ir, empezó a dar vueltas por la ciudad. Quería pensar en otra cosa pero no tenía nada en que hacerlo. Estaba de vacaciones en la universidad y como era domingo no tenía que hacerse cargo de la empresa que le había dejado su madre. Una pequeña pero rentable farmacia, le alcanzaba para vivir cómodamente. De pronto recibió una llamada de Diana, pero María no contesto. No colgó tampoco, sintió la vibración del teléfono todavía en silencio viendo el nombre de Diana mientras se preguntaba cuan persistente podía ser. Entonces quedo absorta contemplando el celular, ese inmortal Nokia 3390 que antes había pertenecido a su madre. El pesado artefacto la remontaba con mucha facilidad a su niñez donde el único uso que entendía tenía este, por entonces, aparato de vanguardia era el de enfrascarla en sus juegos mientras acompañaba por horas a su madre en la farmacia. En esos momentos, su hermano disfrutaba de sus mejores años de adolescencia aprovechándose de tener tantos narcóticos en su ambiente familiar. El teléfono dejó de sonar y Diana no pudo dejar un mensaje pues María no tenía activada esa opción. María se sintió satisfecha y volvió de repente a la realidad levantando la cabeza y dándose cuenta que no estaba en ningún lugar. Imperdonable.
Antes que pudiera guardarlo, el teléfono de María sonó otra vez, pero esta no era Diana quien llamaba. Ella contestó inmediatamente esta vez. En el medio una calle bien transitada, ahí recibió la llamada. Gente caminando rápido, muchos mirando el piso, otra gran cantidad hablando por teléfono, sin importarles su alrededor. Pocos se daban cuenta de la belleza oculta de esa sucia ciudad, de la belleza después de todo existente en estas urbes infestadas de ratas humanas, de la belleza resplandeciente del arte urbano en las paredes o la amalgama de arquitecturas chocantes entre rococó, barroco y moderno, de zapaterías al lado de restaurantes familiares, al lado de café internet y edificios de oficina. Nadie se daba cuenta de la belleza latente en la vida, solo aquellos que ya no podían vivirla. En eso pensó María.
En el velatorio había casi tanta gente apoyando a María como gente que había conocido a Roberto. Todo el mundo pasó a darle el pésame con diferentes caras que mezclaban la angustia y el dolor pero que realmente ocultaban cierta lastima hacia María pues todos conocían la razón del deceso de Roberto. María estaba con unas gafas oscuras que le cubrían casi toda la cara, cualquiera pensaría que era para ocultar las lágrimas, pero no podían estar más equivocados, era para ocultar la cara de decepción hacia su propio hermano.

De pronto Fausto se le acerco a darle el pésame. María, sorprendida por la situación, se alejó del grupo que la miraba atónito, Fausto la siguió. Por primera vez en todo el servicio María se sintió vulnerable ese momento. Ahora quería llorar la muerte de su hermano a quien había amado como tal a pesar de todas las faltas, quería que Fausto la rodeara con sus brazos como tantas veces lo había hecho en el pasado cada vez que su hermano cometía lo que tanto le hacía daño, que la envolviera como cuando su madre había muerto y ambos, Roberto y Fausto, la hicieron sentir protegida usando abrazos y palabras tiernas. De repente María quería que alguien la abrace fuertemente, tanto que le duela un poco, tanto que se pueda escapar de todo el mundo exterior, que se sienta protegida en la fortaleza de los brazos de otra persona, como muchas veces se había guarecido en los brazos de Fausto. María estaba vulnerable, estaba a punto de llorar por primera vez en casi dos años, desde esa vez que decidió no darle más oportunidades a Fausto para faltarle el respeto. De pronto una lagrima corría por su mejilla y sintió un dedo limpiársela. Era Fausto.

-Estoy aquí para ayudarte- dijo Fausto intentado solemnidad pero con un hilo de voz a medio quebrarse.

Muchos pensamientos pasaron por la cabeza de María. Los dos intensos años de transito entre la adolescencia y juventud que habían pasado juntos, como habían aprendido juntos el amor, la sensación de seguridad y protección total que solo él le brindaba, como se divertían antes, como se confiaban mutuamente, como se apoyaban, como había perdido su inocencia con él, como había encontrado a su amor a tan temprana edad y lo había perdido también. Pero él se había equivocado de una forma que no tenía perdón, había cometido el error que ahora le costaba la vida a su hermano y lo peor es que cuando ella lo había intentado disuadir él le falto el respeto. “No me hables más” le había dicho él en un momento de impulso y locura del que se arrepentiría toda la vida. Eso fue precisamente lo que María hizo de ahí en adelante, él había violado la confianza incondicional que supuestamente tenían y la había abandonado sin siquiera darle explicaciones. Pero las explicaciones tampoco serian suficientes, él se había equivocado, había andado por los mismos caminos que su hermano y le había faltado el respeto, no se merecía el perdón. Su orgullo no le permitía perdonarlo.

-Fausto- dijo ella con la voz medio quebrada- no necesito tu ayuda, vete por favor.

El rostro de Fausto se puso pálido pues entendía bien lo que María quería decir. Justa o no sabia que ella era la jueza más férrea que había conocido y sus juicios eran difíciles de cambiar. Temblando intento acercarse una vez mas a ella, pero esta se lo negó con la cabeza. Él asintió y se alejó con el rabo entre las patas, un sentimiento de rabia mezclado con dolor e impotencia, y con un toquecito de lastima. Pero a María poco le importaba lo que el pensara. Ella tenía que hacer algo más, en poco tiempo trasladarían el cuerpo al cementerio y ella tenía que despedirse de su hermano por última vez.

Miró a su hermano de frente y vio algo que no le gustó. Una cara pálida, demacrada, demasiado delgada; él simplemente no era el mismo. No era el hermano que recordaba le había dado tanto cariño de niña, el hermano que intercedía ante su madre cuando esta la regañaba, el hermano que le había enseñado a cuidarse por sí misma, a sonreírle a la vida, a mirar siempre hacia adelante, el hermano que la había apoyado en todo momento de dificultad, menos el que él mismo causó. El de la tumba no era su hermano, y tal vez hace tiempo que ya no era el mismo. María le dio un tierno beso en la frente como solía hacer cuando él se enfermaba, a causa de su problema, y ella lo cuidaba y lo intentaba encarrilar de nuevo.

A pesar de todo, ella no lloró. Poco después llevaron el ataúd al cementerio y al cabo de dos horas lo habían enterrado. Igual que en el funeral de su madre María no derramó una lagrima. No podía llorar en público. Toda la gente se fue marchando, no vio a Fausto por ningún lado lo que la hizo sentirse en parte aliviada, en parte triste, abandonada. Diana fue una de las ultimas en irse, le dio un beso en la mejilla y le deseó todo lo mejor. María asintió fríamente y, por mera formalidad, le agradeció su presencia. Una vez todos se fueron ella se quedo alrededor de treinta minutos más, llorando silenciosamente frente a la tumba de su hermano. Luego volvió a su casa, era tarde y debía dormir, mañana seria otro día, ella había aprendido eso a la fuerza.

Al día siguiente María despertó tarde a pesar que era día de semana y tenía que trabajar. Se levantó de la cama, se limpió un poco los ojos y se volvió a echar. Quería quedarse echada un poco más de tiempo pensando en cosas sin sentido, pero su naturaleza diligente la obligo a levantarse y empezar con la limpieza del hogar. Se puso de pie de un salto y luego de desperezarse por unos segundos fue a abrir la puerta superior derecha de su grandioso tocador. Sacó el rosario, miró el portarretratos de su madre y su hermano y, a pesar que era martes, empezó con la oración de los domingos. El rosario al revés, un ave maría con diez padres nuestros.
Dios te salve María, llena eres de gracia…

miércoles, 7 de julio de 2010

Pocas palabras

Si alguien me pidiera que hable de tu forma de ser, me faltaría tiempo en el mundo y no pararía hasta que se agote mi voz.
Tendría que describir tu melodiosa voz, tu gracioso andar, tu integra ternura y tu abrumadora bondad reflejada en la equitativa vara con la que mides a la gente y los prácticos lentes con los que miras la vida.
Podría contrastar tu sabio y férreo espíritu con tu sensible y servicial perfil; tu mordaz y ácido sentido del humor con tu apacible y dulce carácter; y, para sacar algunas risas, compararía tu aventurera mente abierta a nuevas ideas con tu, en ocasiones, obstinado y terco entender.
Pero preferiría hacer constar de tus rápidos reflejos ante la inminente adversidad y la agilidad con la que te levantas cuando te hacen caer; tu noble ser que sonríe en la oscuridad y tu cegadora luz con la que iluminas a quien le hace falta.
Y así podría seguir en redundante monologo que si por mi fuera no tendría nunca que acabar.

Si alguien me pidiera que hable de tu aspecto físico, no me alcanzarían sinónimos de la palabra belleza.
Tendría que detallar tu hermosa e inocente sonrisa, tus fascinantes ojos que cambian de color y los divinos pómulos circulares que decoran tu tiernísima y encantadora cara enmarcada por tus largos y celestiales rizos rebeldes.
Me pondría a recordar tus pies delicados, tus suculentas piernas, tus seductoras caderas, tu fina cintura, tus perfectos pechos pero sobretodo, tu inmaculada y confortable piel.
Hablaría también de tus cómodos hombros que me sirven igualmente para dormir o llorar, tus delicados brazos que se sacan fuerza sobrehumana para darme más calor; tus hábiles manos que siempre me saben dar placer y otras habilidades que en privado prefiero mantener.
Todo lo anterior en un práctico y compacto envase de poco más de metro y medio que me facilita su cuidado y atención.

Si alguien que no te conoce me pidiera que le hable de ti, en poco tiempo se hartaría de mí.

Pero si tú me pidieras que hable de toda tu persona en sí; no diría nada
Porque me dejas sin palabras.

miércoles, 9 de junio de 2010

Enologia I

Junio del 2010, una buena cosecha. Poseedor de buen cuerpo, con un tono guindo bastante oscuro, rayando en un color café roble. Menos seco de lo usual. Aroma penetrante e imponente presencia. De gusto complejo, bastante atrevido e invasivo. Servido a temperatura ambiente o un poco más caliente en su tímido envase de plástico.

Así era su muestra fecal.

sábado, 24 de abril de 2010

Brújula rota

Estaba Caperucita Roja caminando por el bosque, se le apareció el lobo y el muy pendejo se la comió. Claro, si hubiera llegado donde su abuela a tiempo esto no hubiera pasado. Seguro que al llegar llamaban al “muy macho” cazador y de un escopetazo cuasi mágico caía vencido el malo de la película. O incluso, en el remake más moderno, la abuelita misma lo mataba a mano limpia después de tomarse un Red Bull. Pero nada de eso pasó pues la muy boluda se olvido su brújula. ¿O es que no tenía una? De todas formas no hay mucho que pueda hacer uno perdido en el bosque y sin tener un Norte que lo guie. Nada más que vagar y deambular sin rumbo esperando que las cosas se solucionen solas. ¿Y hasta mientras que? Pues nada, solo esperar que el tiempo pase, porque de nada sirve caminar si no se sabe a dónde va. Lo más triste de esta historia, es que aún sabiendo que no iba a ningún lugar siguió caminando. No es la única, así somos todos.

Buscando el Norte… de nuevo.

martes, 13 de abril de 2010

Reflexion I

Como medio jinete montado en medio caballo. La parte de atrás tendría que ser, sus patas son más fuertes, lo podrían sostener. Pero sin cabeza no vería a donde ir, no tendría en ella sus riendas, no se lo podría dirigir. La delantera entonces, para poderlo guiar, así ambos ver al frente y juntos la vida encarar. Pero sin mitad trasera no lo podría cabalgar, no tendría donde apoyarse y él no se podría impulsar. Inútil, medio caballo nomás. La parte superior al menos, eso tendría él. Un jinete sin cabeza, eso se puede entender, pero que no tenga brazos, eso ya no puede ser. Sin manos que lo dirijan, sin fuerza para domar, un jinete solo piernas no podría cabalgar. ¿Pero acaso solo torso, si lo pudiera lograr? Y si no tuviera piernas, ¿Cómo lo podría domar? ¿Cómo se equilibraría, como lo echaría andar? Medio jinete, un inútil total.

Dice la leyenda que hubo una vez un ser, que tenía cuatro brazos, dos caras y cuatro pies. Siempre estaba a la vanguardia todo lo podía hacer, siempre atento a la retaguardia apto y dispuesto a correr. No necesitaba a nadie, solo se podía tener, poseía ambos sexos se podía atender. Pero un ser tan perfecto en la tierra no podía haber, los dioses lo sabían y no lo dejaron ser. Entonces el más grande, Zeus de esto se encargó, lanzó un rayo muy certero y de un golpe los separó. Fue así como nacieron el hombre y la mujer y en el mundo se perdieron jurándose volver a ver. Esos seres imperfectos están destinados a buscar a su otra media parte y a la perfección llegar. Porque sin tenerla a ella, él un ser inútil es, y sin él a su lado a ella le cuesta incluso ser.
Como medio jinete montado en medio caballo.

lunes, 29 de marzo de 2010

Cara o Cruz

El viento sopla fuertemente aquí arriba. Juega con mi pelo, lo despeina y a veces no me deja ver bien. Me paso la mano y pienso en lo largo que tengo el pelo. Uso el pelo largo. A Raquel no le gustaba eso, le parecía sucio, desaliñado, hasta harapiento. A Fabiola sí. A ella le gustaba ese aire despreocupado, ese aire bohemio, como frecuentaba decirme, de alguien que tiene el cabello despeinado a propósito. A Fabiola le gustaba pasarme sus dedos por mi larga cabellera, le gustaba rascarme cariñosamente como una madre, acariciarme mientras me apoyaba en su regazo y me iba adormeciendo mientras ella me contaba de su día y yo del mío. A mí también me gustaba eso. Hoy fue un día largo, al menos para mí. Me pregunto que habrá hecho ella. No me lo contó en todo caso.

Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.

La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.

Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.

Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.

sábado, 13 de marzo de 2010

Despedida

Ella partió a las siete de la mañana. Él la fue a dejar en el aeropuerto. Al despedirse se miraron intensamente, perforándose mutuamente en un momento que pareció durar más del tiempo que venían conociéndose pero en realidad fue menor al que hubieran podido aprovechar si hubieran querido. Su vuelo tendría su primera escala en poco menos de tres horas, luego le tomaría cerca de ocho horas más cruzar los mares que la alejaban de su futuro hogar. Llegaría recien pasada la media noche, hora local de la tierra de destino. Él esperaría su llamada cuando el sol exhalara su último suspiro, hora local de la tierra de partida. En el avión ella recordaría los momentos más bellos que habían pasado juntos, todas las beldades susurradas al oído ajeno, todas las caricias y momentos intensos, todos los silencios y momentos eternos. Él la esperaría mirando el sol, con una foto suya en una mano y una botella de algun licor en la otra. El tiempo pasaría como si no tuviera reloj, aunque lo consultaría cada minuto o dos.

Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.