Se llama María. Tiene el pelo ondulado y rebelde. Sus rizos esponjosos de color castaño, casi negro, encuadran perfectamente su pequeña, redonda e inocente cara. Sus cachetes son círculos que se pintan fácilmente de rosado ante la vergüenza o emoción y se inflan graciosamente para develar una hermosa y recurrente sonrisa que representa su perpetua felicidad. Representa también la fortaleza de su inquebrantable espíritu ante cualquier adversidad y, dependiendo como acompañen los ojos, su sonrisa advierte sus pensamientos más íntimos. Tiene los ojos de un color que varía según la luz con que se los vea. Esta peculiaridad puede hacerte perder en sus profundos, misteriosos e inquisidores ojos café oscuros o derretirte ante sus hermosos e inocentes ojos café verdoso. Viene en un compacto envase de no más de metro sesenta pero la grandeza de sus ser abruma hasta al hombre de más férreo temple. Magnánima como ninguna, su bondadosa y desinteresada esencia es solo superada por su modestia y humildad. Tan astuta y perspicaz, puede vencerte en cualquier campo que se le presente pero te deja ganar para no lastimar tu orgullo. La madurez e independencia con que se maneja contrastan y confunden con su imagen de niña pequeña e inocente. Su finísima piel blanca leche, suave como la de bebe puede hacerla parecer una chiquilla pero no así su suculenta figura de femme fatale. Una imagen espectacular, desde sus delicados pies, subiendo por sus gruesas y apetitosas piernas, pasando por sus anchas caderas y peligrosas curvas desemboca en un voluptuoso y bien definido torso que, aunque impresionante a primera vista, desaparece por completo ante la dulzura de su faz. Canon de mujer. Se llama María.
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