Ella partió a las siete de la mañana. Él la fue a dejar en el aeropuerto. Al despedirse se miraron intensamente, perforándose mutuamente en un momento que pareció durar más del tiempo que venían conociéndose pero en realidad fue menor al que hubieran podido aprovechar si hubieran querido. Su vuelo tendría su primera escala en poco menos de tres horas, luego le tomaría cerca de ocho horas más cruzar los mares que la alejaban de su futuro hogar. Llegaría recien pasada la media noche, hora local de la tierra de destino. Él esperaría su llamada cuando el sol exhalara su último suspiro, hora local de la tierra de partida. En el avión ella recordaría los momentos más bellos que habían pasado juntos, todas las beldades susurradas al oído ajeno, todas las caricias y momentos intensos, todos los silencios y momentos eternos. Él la esperaría mirando el sol, con una foto suya en una mano y una botella de algun licor en la otra. El tiempo pasaría como si no tuviera reloj, aunque lo consultaría cada minuto o dos.
Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.
Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.
1 comentario:
ya lo dice el Martin Fierro:
¡Es sonso el cristiano macho
cuando el amor lo domina!
Muy bien manejado el final no me lo esperaba de esa manera y como ya saben los que me conoces eso es justamente lo que me gusta de una historia, un final bien manejado y que sorprenda.
Vamos que largamos con todo!!!!
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