viernes, 3 de septiembre de 2010

Seven Hours

Does forever mean forever?
Or it only means three weeks?
It could be a life together
But we is more than you and me

Are the stars countless and restless?
Or will one day go away?
Light is so shapeless and weightless
And it feels like always sways

Does the moon have its own light?
Is the sun’s reflect a myth?
Only New Moon's always bright
It’s surrounded by its own mist

Does the earth go round the sun?
Or is it backwards as I think?
Galileo got something wrong
It all goes around you, My dear

lunes, 16 de agosto de 2010

Bendita tu eres entre todas las mujeres

La música impregnaba el ambiente, las luces centelleaban por doquier, todos bailaban delirantes. María sonreía y cuando lo hacía, todas a su alrededor sonreían también. Bailaban sin preocupación como solo pueden hacerlo cuando están entre mujeres. María usaba una falda corta blanca a cuadros azules, sandalias de corto taco anabella que la hacían parecer de metro sesenta y una blusa simple sin mangas de color negro con amplio escote que se acomodaba perfectamente a su pecho. Usaba su largo, rizado y revoltoso pelo suelto apenas acomodado con una horquilla meramente decorativa que tenía una pequeña flor al lado derecho de la cabeza y otra invisible al lado izquierdo. María lucía radiante bailando con sus amigas en la discoteca.

Los cuerpos pegados en constante contacto, las caderas moviéndose sin control, las piernas incansables mostrando la suculenta piel, los brazos siguiendo el ritmo en un vaivén aleatorio y la cabeza ladeándose en un movimiento lento y sensual. Baile de mujeres, fuente de fantasías para los hombres; y ellas son muy consientes eso. María estaba allí para relajarse, bailar con sus amigas que no veía hace mucho tiempo, botar la tensión acumulada por el trabajo, los estudios y el ambiente familiar; estaba ahí para darse un muy merecido descanso. Pero sus amigas no se encontraban ahí por la misma razón. Para ellas ser carne de rapiña era un juego estimulante. Ocasionalmente se acercaban grupos de hombres o solo de a dos, ofreciendo un baile o una bebida a un par de ellas. Estas las rechazaban alimentando así el deseo de quienes las miraban de más lejos. Todo llegaría a su tiempo.

Un par de sus amigas se alejaron del grupo para ir a la barra a tomar algo. En poco tiempo volvió una de ellas para decirle algo a María. Esta no le dio importancia porque la música dificultaba la conversación y solo le interesaba bailar, pero unos segundos después se dio cuenta de que hablaba.

Se apareció de repente al lado suyo, con su pelo largo y desprolijo y una descuidada barba a medio crecer que le daba cierto aspecto bohemio. Vestía una camisa manga corta, verde militar, que por el corte apretado le enfatizaba su ancha espalda y brazos fornidos, un pantalón jean desgastado como siempre usaba, un cinturón de pita color caqui que usaba más por apariencia que por funcionalidad y unos mocasines café claro planos. María reconoció en sus ojos inyectados de sangre las penetrantes pupilas café oscuras tirando a negras que la miraban fijamente a pesar de su apariencia pérdida.

-María- dijo Fausto a media voz, aunque esta se perdió en la música.

-Por favor, déjame sola- dijo María, lo suficientemente fuerte como para que la escuchase.

Ambos quedaron inmóviles y en silencio por lo que les pareció una eternidad. Después Fausto asintió con la cabeza y se alejó de ella lentamente, con la mirada en el piso. María continuó quieta un tiempo más hasta que una mano se acercó a su hombro y alguien le preguntó “¿Estás bien?”. Ella dijo que sí i aunque no sabía muy bien quién o qué preguntaba. No podía pensar claramente.

María salió de la discoteca apresurada caminando un poco para alejarse del ruido y los pensamientos que le traían. Un poco más lejos vio a una de sus amigas hablando por teléfono aunque sin mover sus labios. Al parecer está notó su cara de preocupación y colgó el teléfono de inmediato. Se acercó a María con los ojos enrojecidos y al verla afligida le preguntó.

-¿Estás bien?- la pregunta recurrente que más le molestaba.

-Sí- respondió María no queriendo hablar del asunto. Le noto una lagrima en la mejilla y mientras se la limpiaba le pregunto- y tú, ¿estás bien?

-Bueno…- empezó Diana. Luego calló por unos segundos mientras miraba al horizonte hasta que rompió en llanto.- No me contesta- intentó continuar entre sollozos.

María apoyo la cabeza de Diana en su hombro y la abrazó mientras le suspiraba al oído “tranquila, tranquila”. Sabía bien que Diana se había estado pasando de copas y esperaba que tarde o temprano cayera en las garras del remordimiento. Diana no podía articular palabras, en parte por el alcohol en parte por el dolor, pero María entendía que el problema era un hombre y así se lo hizo saber. Diana se soltó, se limpio las lágrimas y la miro fijamente a los ojos intentando decirle algo, pero esta solo logró murmullar “no…” luego volvió a soltar lágrimas y al instante María se le abalanzo con un abrazo. Ese fue su error.

Al día siguiente María despertó tarde aprovechando que era domingo y no tenía nada pendiente. Se levantó de la cama, se sintió los labios con los dedos y se volvió a echar. Quería aprovechar ese tiempo libre un poco más, pero su naturaleza diligente la obligo a levantarse y empezar con la limpieza del hogar. Se puso de pie de un salto y luego de desperezarse por unos segundos fue a abrir la puerta superior derecha de su grandioso tocador. Sacó el rosario, miró el portarretratos de su madre y empezó con la oración de los domingos. Estaba empezando el segundo misterio cuando una llamada la interrumpió de golpe. Hablo por dos minutos y después se dejo caer en su cama. Eran noticias sobre su hermano, malas noticias. Terminó con su rosario en poco más de media hora y fue a prepararse algo rápido de comer, luego empezó a alistarse para salir.

Cuando salió de la ducha se percató que tenía una llamada perdida de Diana en el celular. Tenía prisa así que no le dio importancia a ese detalle y no pensaba devolverle la llamada. Se puso la primera blusa blanca que encontró, jean celeste y unas sandalias planas. Como todos los domingos se paso una abundante cantidad de crema por el largo y negro pelo para apaciguar un poco sus rebeldes rizos pero no para matarlos. Montó su pequeño Suzuki Baleno del 2001 y partió rápidamente a la clínica.

Hace como un mes que había logrado hacer ingresar a su hermano. Tuvo que forzar su entrada después encontrarlo convulsionando en la sala al volver de la universidad. Desde que entró a la clínica, el síndrome de abstinencia le había afectado bastante. Cada vez que María lo visitaba lo encontraba un poco mas pálido y flaco. Al principio parecía para mejor que adelgazara los cerca de cien quilos que llevaba hace tiempo, pero ahora lo veía débil e indefenso. En la llamada que acababa de recibir no le habían especificado el problema pero supuso era alguna deficiencia alimentaria o algo así.

Llegada a la clínica espero un momento afuera contemplando la impresionante infraestructura. Su madre había dejado un fondo para ese fin exactamente así que no se preocupaba por el costo. Aunque cada vez que iba a visitarlo le sorprendía el nivel del sanatorio. Al ser propiedad de una iglesia, su entrada principal tenía el techo alto y triangular típico de estas, con una cruz en la punta. Pero alrededor tenía un diseño más contemporáneo, estilo minimalista. Pintada totalmente de blanco, la fachada no tenía relieves de ningún tipo, lo que le daba un toque de simplicidad y buen gusto. La doble puerta principal de tres metros de ancho por dos y medio de alto permanecía abierta perpetuamente para mostrar calidez y confianza a sus visitantes. Adentro el color predominante también era un tipo de blanco, aunque más tirando a color crema; y poseía un jardín envidiable con varios setos bien podados. Todo para crear un ambiente de paz, comodidad y tranquilidad entre los internados, haciéndoles olvidar el enclaustramiento en el que realmente se encontraban. Pero a pesar de toda la construcción exterior los cuartos eran pequeños y la sección médica era insuficiente en muchas ocasiones. De eso se dio cuenta María al llegar.

Su hermano estaba postrado inmóvil en una cama reclinable, típica de hospital, en un cuarto que debía ser un consultorio improvisado. Estaba precariamente intubado y con suero en el brazo izquierdo, donde le brotaban visiblemente las venas color verde con contorno violáceo. María corrió asustada a su encuentro y lo halló con una preocupante faz, demacrada y falta de color. María buscó consuelo, alivio o un mínimo de información sobre la situación de su hermano dirigiéndole una mirada desesperada a quien creía era la enfermera, ya que esta se encontraba curándole unos profundos cortes en el brazo derecho de su hermano. Esta sin embargo, apenas pasó de una descarada mirada de asco a una de indiferencia cuando se fijo en María.

-Cualquier consulta es directamente con el doctor Martínez.

El doctor Martínez era el jefe de psiquiatría, ella ya lo conoció cuando dejo ahí a su hermano. Cuando fue a verlo noto su cara de preocupación al instante. Después de saludarse formalmente María tomó asiento.

-Le tengo malas noticias- empezó el doctor- no sabemos cómo pero su hermano consiguió una bolsa.

-¿Entonces lo está haciendo otra vez?- pregunto ella.

-Sí, y no es solo eso, creemos que fue algo grande.

-No entiendo, que quiere decir.

-María- empezó el doctor.- Me temo que Roberto sufrió una sobredosis. Lo encontramos desmayado y después de correr unas pruebas descubrimos más problemas.
-¿Qué problemas?- preguntó María aún mas preocupada.
-Bueno- dijo el doctor otra vez con su voz calmada- hallamos una vena dañada en el cerebro. Es una vena muy pequeña vena pero mal que mal afecta a todo el sistema cardiovascular.

-¿Va…- empezó a tartamudear María- va a estar bien?

-Intervenimos en cuanto pudimos y ahora está en un coma inducido estable. Existen esperanzas pero no sabría decirte cuanto tiempo esperar. Esperamos que se recupere, pero en estos casos siempre hay riesgos.
-Está bien- dijo María asintiendo después de un pequeño silencio.- Gracias por avisarme doctor.

-Claro, es lo mínimo que podría hacer- dijo él.- Confió en que todo salga bien, espero verla pronto.

Se dieron la mano y María salió apresurada. Volvió a ver la cara de su hermano, simplemente no era él. No podía aguantar estar ahí mucho tiempo así que salió y, al no tener donde ir, empezó a dar vueltas por la ciudad. Quería pensar en otra cosa pero no tenía nada en que hacerlo. Estaba de vacaciones en la universidad y como era domingo no tenía que hacerse cargo de la empresa que le había dejado su madre. Una pequeña pero rentable farmacia, le alcanzaba para vivir cómodamente. De pronto recibió una llamada de Diana, pero María no contesto. No colgó tampoco, sintió la vibración del teléfono todavía en silencio viendo el nombre de Diana mientras se preguntaba cuan persistente podía ser. Entonces quedo absorta contemplando el celular, ese inmortal Nokia 3390 que antes había pertenecido a su madre. El pesado artefacto la remontaba con mucha facilidad a su niñez donde el único uso que entendía tenía este, por entonces, aparato de vanguardia era el de enfrascarla en sus juegos mientras acompañaba por horas a su madre en la farmacia. En esos momentos, su hermano disfrutaba de sus mejores años de adolescencia aprovechándose de tener tantos narcóticos en su ambiente familiar. El teléfono dejó de sonar y Diana no pudo dejar un mensaje pues María no tenía activada esa opción. María se sintió satisfecha y volvió de repente a la realidad levantando la cabeza y dándose cuenta que no estaba en ningún lugar. Imperdonable.
Antes que pudiera guardarlo, el teléfono de María sonó otra vez, pero esta no era Diana quien llamaba. Ella contestó inmediatamente esta vez. En el medio una calle bien transitada, ahí recibió la llamada. Gente caminando rápido, muchos mirando el piso, otra gran cantidad hablando por teléfono, sin importarles su alrededor. Pocos se daban cuenta de la belleza oculta de esa sucia ciudad, de la belleza después de todo existente en estas urbes infestadas de ratas humanas, de la belleza resplandeciente del arte urbano en las paredes o la amalgama de arquitecturas chocantes entre rococó, barroco y moderno, de zapaterías al lado de restaurantes familiares, al lado de café internet y edificios de oficina. Nadie se daba cuenta de la belleza latente en la vida, solo aquellos que ya no podían vivirla. En eso pensó María.
En el velatorio había casi tanta gente apoyando a María como gente que había conocido a Roberto. Todo el mundo pasó a darle el pésame con diferentes caras que mezclaban la angustia y el dolor pero que realmente ocultaban cierta lastima hacia María pues todos conocían la razón del deceso de Roberto. María estaba con unas gafas oscuras que le cubrían casi toda la cara, cualquiera pensaría que era para ocultar las lágrimas, pero no podían estar más equivocados, era para ocultar la cara de decepción hacia su propio hermano.

De pronto Fausto se le acerco a darle el pésame. María, sorprendida por la situación, se alejó del grupo que la miraba atónito, Fausto la siguió. Por primera vez en todo el servicio María se sintió vulnerable ese momento. Ahora quería llorar la muerte de su hermano a quien había amado como tal a pesar de todas las faltas, quería que Fausto la rodeara con sus brazos como tantas veces lo había hecho en el pasado cada vez que su hermano cometía lo que tanto le hacía daño, que la envolviera como cuando su madre había muerto y ambos, Roberto y Fausto, la hicieron sentir protegida usando abrazos y palabras tiernas. De repente María quería que alguien la abrace fuertemente, tanto que le duela un poco, tanto que se pueda escapar de todo el mundo exterior, que se sienta protegida en la fortaleza de los brazos de otra persona, como muchas veces se había guarecido en los brazos de Fausto. María estaba vulnerable, estaba a punto de llorar por primera vez en casi dos años, desde esa vez que decidió no darle más oportunidades a Fausto para faltarle el respeto. De pronto una lagrima corría por su mejilla y sintió un dedo limpiársela. Era Fausto.

-Estoy aquí para ayudarte- dijo Fausto intentado solemnidad pero con un hilo de voz a medio quebrarse.

Muchos pensamientos pasaron por la cabeza de María. Los dos intensos años de transito entre la adolescencia y juventud que habían pasado juntos, como habían aprendido juntos el amor, la sensación de seguridad y protección total que solo él le brindaba, como se divertían antes, como se confiaban mutuamente, como se apoyaban, como había perdido su inocencia con él, como había encontrado a su amor a tan temprana edad y lo había perdido también. Pero él se había equivocado de una forma que no tenía perdón, había cometido el error que ahora le costaba la vida a su hermano y lo peor es que cuando ella lo había intentado disuadir él le falto el respeto. “No me hables más” le había dicho él en un momento de impulso y locura del que se arrepentiría toda la vida. Eso fue precisamente lo que María hizo de ahí en adelante, él había violado la confianza incondicional que supuestamente tenían y la había abandonado sin siquiera darle explicaciones. Pero las explicaciones tampoco serian suficientes, él se había equivocado, había andado por los mismos caminos que su hermano y le había faltado el respeto, no se merecía el perdón. Su orgullo no le permitía perdonarlo.

-Fausto- dijo ella con la voz medio quebrada- no necesito tu ayuda, vete por favor.

El rostro de Fausto se puso pálido pues entendía bien lo que María quería decir. Justa o no sabia que ella era la jueza más férrea que había conocido y sus juicios eran difíciles de cambiar. Temblando intento acercarse una vez mas a ella, pero esta se lo negó con la cabeza. Él asintió y se alejó con el rabo entre las patas, un sentimiento de rabia mezclado con dolor e impotencia, y con un toquecito de lastima. Pero a María poco le importaba lo que el pensara. Ella tenía que hacer algo más, en poco tiempo trasladarían el cuerpo al cementerio y ella tenía que despedirse de su hermano por última vez.

Miró a su hermano de frente y vio algo que no le gustó. Una cara pálida, demacrada, demasiado delgada; él simplemente no era el mismo. No era el hermano que recordaba le había dado tanto cariño de niña, el hermano que intercedía ante su madre cuando esta la regañaba, el hermano que le había enseñado a cuidarse por sí misma, a sonreírle a la vida, a mirar siempre hacia adelante, el hermano que la había apoyado en todo momento de dificultad, menos el que él mismo causó. El de la tumba no era su hermano, y tal vez hace tiempo que ya no era el mismo. María le dio un tierno beso en la frente como solía hacer cuando él se enfermaba, a causa de su problema, y ella lo cuidaba y lo intentaba encarrilar de nuevo.

A pesar de todo, ella no lloró. Poco después llevaron el ataúd al cementerio y al cabo de dos horas lo habían enterrado. Igual que en el funeral de su madre María no derramó una lagrima. No podía llorar en público. Toda la gente se fue marchando, no vio a Fausto por ningún lado lo que la hizo sentirse en parte aliviada, en parte triste, abandonada. Diana fue una de las ultimas en irse, le dio un beso en la mejilla y le deseó todo lo mejor. María asintió fríamente y, por mera formalidad, le agradeció su presencia. Una vez todos se fueron ella se quedo alrededor de treinta minutos más, llorando silenciosamente frente a la tumba de su hermano. Luego volvió a su casa, era tarde y debía dormir, mañana seria otro día, ella había aprendido eso a la fuerza.

Al día siguiente María despertó tarde a pesar que era día de semana y tenía que trabajar. Se levantó de la cama, se limpió un poco los ojos y se volvió a echar. Quería quedarse echada un poco más de tiempo pensando en cosas sin sentido, pero su naturaleza diligente la obligo a levantarse y empezar con la limpieza del hogar. Se puso de pie de un salto y luego de desperezarse por unos segundos fue a abrir la puerta superior derecha de su grandioso tocador. Sacó el rosario, miró el portarretratos de su madre y su hermano y, a pesar que era martes, empezó con la oración de los domingos. El rosario al revés, un ave maría con diez padres nuestros.
Dios te salve María, llena eres de gracia…

miércoles, 7 de julio de 2010

Pocas palabras

Si alguien me pidiera que hable de tu forma de ser, me faltaría tiempo en el mundo y no pararía hasta que se agote mi voz.
Tendría que describir tu melodiosa voz, tu gracioso andar, tu integra ternura y tu abrumadora bondad reflejada en la equitativa vara con la que mides a la gente y los prácticos lentes con los que miras la vida.
Podría contrastar tu sabio y férreo espíritu con tu sensible y servicial perfil; tu mordaz y ácido sentido del humor con tu apacible y dulce carácter; y, para sacar algunas risas, compararía tu aventurera mente abierta a nuevas ideas con tu, en ocasiones, obstinado y terco entender.
Pero preferiría hacer constar de tus rápidos reflejos ante la inminente adversidad y la agilidad con la que te levantas cuando te hacen caer; tu noble ser que sonríe en la oscuridad y tu cegadora luz con la que iluminas a quien le hace falta.
Y así podría seguir en redundante monologo que si por mi fuera no tendría nunca que acabar.

Si alguien me pidiera que hable de tu aspecto físico, no me alcanzarían sinónimos de la palabra belleza.
Tendría que detallar tu hermosa e inocente sonrisa, tus fascinantes ojos que cambian de color y los divinos pómulos circulares que decoran tu tiernísima y encantadora cara enmarcada por tus largos y celestiales rizos rebeldes.
Me pondría a recordar tus pies delicados, tus suculentas piernas, tus seductoras caderas, tu fina cintura, tus perfectos pechos pero sobretodo, tu inmaculada y confortable piel.
Hablaría también de tus cómodos hombros que me sirven igualmente para dormir o llorar, tus delicados brazos que se sacan fuerza sobrehumana para darme más calor; tus hábiles manos que siempre me saben dar placer y otras habilidades que en privado prefiero mantener.
Todo lo anterior en un práctico y compacto envase de poco más de metro y medio que me facilita su cuidado y atención.

Si alguien que no te conoce me pidiera que le hable de ti, en poco tiempo se hartaría de mí.

Pero si tú me pidieras que hable de toda tu persona en sí; no diría nada
Porque me dejas sin palabras.

miércoles, 9 de junio de 2010

Enologia I

Junio del 2010, una buena cosecha. Poseedor de buen cuerpo, con un tono guindo bastante oscuro, rayando en un color café roble. Menos seco de lo usual. Aroma penetrante e imponente presencia. De gusto complejo, bastante atrevido e invasivo. Servido a temperatura ambiente o un poco más caliente en su tímido envase de plástico.

Así era su muestra fecal.

sábado, 24 de abril de 2010

Brújula rota

Estaba Caperucita Roja caminando por el bosque, se le apareció el lobo y el muy pendejo se la comió. Claro, si hubiera llegado donde su abuela a tiempo esto no hubiera pasado. Seguro que al llegar llamaban al “muy macho” cazador y de un escopetazo cuasi mágico caía vencido el malo de la película. O incluso, en el remake más moderno, la abuelita misma lo mataba a mano limpia después de tomarse un Red Bull. Pero nada de eso pasó pues la muy boluda se olvido su brújula. ¿O es que no tenía una? De todas formas no hay mucho que pueda hacer uno perdido en el bosque y sin tener un Norte que lo guie. Nada más que vagar y deambular sin rumbo esperando que las cosas se solucionen solas. ¿Y hasta mientras que? Pues nada, solo esperar que el tiempo pase, porque de nada sirve caminar si no se sabe a dónde va. Lo más triste de esta historia, es que aún sabiendo que no iba a ningún lugar siguió caminando. No es la única, así somos todos.

Buscando el Norte… de nuevo.

martes, 13 de abril de 2010

Reflexion I

Como medio jinete montado en medio caballo. La parte de atrás tendría que ser, sus patas son más fuertes, lo podrían sostener. Pero sin cabeza no vería a donde ir, no tendría en ella sus riendas, no se lo podría dirigir. La delantera entonces, para poderlo guiar, así ambos ver al frente y juntos la vida encarar. Pero sin mitad trasera no lo podría cabalgar, no tendría donde apoyarse y él no se podría impulsar. Inútil, medio caballo nomás. La parte superior al menos, eso tendría él. Un jinete sin cabeza, eso se puede entender, pero que no tenga brazos, eso ya no puede ser. Sin manos que lo dirijan, sin fuerza para domar, un jinete solo piernas no podría cabalgar. ¿Pero acaso solo torso, si lo pudiera lograr? Y si no tuviera piernas, ¿Cómo lo podría domar? ¿Cómo se equilibraría, como lo echaría andar? Medio jinete, un inútil total.

Dice la leyenda que hubo una vez un ser, que tenía cuatro brazos, dos caras y cuatro pies. Siempre estaba a la vanguardia todo lo podía hacer, siempre atento a la retaguardia apto y dispuesto a correr. No necesitaba a nadie, solo se podía tener, poseía ambos sexos se podía atender. Pero un ser tan perfecto en la tierra no podía haber, los dioses lo sabían y no lo dejaron ser. Entonces el más grande, Zeus de esto se encargó, lanzó un rayo muy certero y de un golpe los separó. Fue así como nacieron el hombre y la mujer y en el mundo se perdieron jurándose volver a ver. Esos seres imperfectos están destinados a buscar a su otra media parte y a la perfección llegar. Porque sin tenerla a ella, él un ser inútil es, y sin él a su lado a ella le cuesta incluso ser.
Como medio jinete montado en medio caballo.

lunes, 29 de marzo de 2010

Cara o Cruz

El viento sopla fuertemente aquí arriba. Juega con mi pelo, lo despeina y a veces no me deja ver bien. Me paso la mano y pienso en lo largo que tengo el pelo. Uso el pelo largo. A Raquel no le gustaba eso, le parecía sucio, desaliñado, hasta harapiento. A Fabiola sí. A ella le gustaba ese aire despreocupado, ese aire bohemio, como frecuentaba decirme, de alguien que tiene el cabello despeinado a propósito. A Fabiola le gustaba pasarme sus dedos por mi larga cabellera, le gustaba rascarme cariñosamente como una madre, acariciarme mientras me apoyaba en su regazo y me iba adormeciendo mientras ella me contaba de su día y yo del mío. A mí también me gustaba eso. Hoy fue un día largo, al menos para mí. Me pregunto que habrá hecho ella. No me lo contó en todo caso.

Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.

La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.

Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.

Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.

sábado, 13 de marzo de 2010

Despedida

Ella partió a las siete de la mañana. Él la fue a dejar en el aeropuerto. Al despedirse se miraron intensamente, perforándose mutuamente en un momento que pareció durar más del tiempo que venían conociéndose pero en realidad fue menor al que hubieran podido aprovechar si hubieran querido. Su vuelo tendría su primera escala en poco menos de tres horas, luego le tomaría cerca de ocho horas más cruzar los mares que la alejaban de su futuro hogar. Llegaría recien pasada la media noche, hora local de la tierra de destino. Él esperaría su llamada cuando el sol exhalara su último suspiro, hora local de la tierra de partida. En el avión ella recordaría los momentos más bellos que habían pasado juntos, todas las beldades susurradas al oído ajeno, todas las caricias y momentos intensos, todos los silencios y momentos eternos. Él la esperaría mirando el sol, con una foto suya en una mano y una botella de algun licor en la otra. El tiempo pasaría como si no tuviera reloj, aunque lo consultaría cada minuto o dos.

Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.

jueves, 11 de marzo de 2010

Celos

Soy celoso de los cielos
que te llenan de emoción
las nubes y las estrellas
que me quitan tu atención

Soy celoso de los vientos
cuando acarician tu piel
eso rompe la promesa
que juraste serme fiel

Soy celoso del espejo
que te mira a los ojos
y del peine que te mima
esos rizos esponjosos

Soy celoso del futuro
por el miedo de perderte
me duele el solo pensar
en un día que no pueda verte

Soy celoso del pasado
porque antes de conocerte
cada minuto vivido
es ahora un minuto inerte

Soy celoso de los hombres
que te miran al pasar
juran bajarte las estrellas
y de mi hombría me hacen dudar

Y también de las mujeres
con las que te veo reír y hablar
porque el tiempo que estas con ellas
yo contigo quisiera estar

Soy celoso porque te amo
y así te lo hago saber
mis celos no buscan daño
es mi forma de querer

viernes, 5 de marzo de 2010

María (Capítulo 2, ver 2.0)

Se llama María. Tiene el pelo ondulado y rebelde. Sus rizos esponjosos de color castaño, casi negro, encuadran perfectamente su pequeña, redonda e inocente cara. Sus cachetes son círculos que se pintan fácilmente de rosado ante la vergüenza o emoción y se inflan graciosamente para develar una hermosa y recurrente sonrisa que representa su perpetua felicidad. Representa también la fortaleza de su inquebrantable espíritu ante cualquier adversidad y, dependiendo como acompañen los ojos, su sonrisa advierte sus pensamientos más íntimos. Tiene los ojos de un color que varía según la luz con que se los vea. Esta peculiaridad puede hacerte perder en sus profundos, misteriosos e inquisidores ojos café oscuros o derretirte ante sus hermosos e inocentes ojos café verdoso. Viene en un compacto envase de no más de metro sesenta pero la grandeza de sus ser abruma hasta al hombre de más férreo temple. Magnánima como ninguna, su bondadosa y desinteresada esencia es solo superada por su modestia y humildad. Tan astuta y perspicaz, puede vencerte en cualquier campo que se le presente pero te deja ganar para no lastimar tu orgullo. La madurez e independencia con que se maneja contrastan y confunden con su imagen de niña pequeña e inocente. Su finísima piel blanca leche, suave como la de bebe puede hacerla parecer una chiquilla pero no así su suculenta figura de femme fatale. Una imagen espectacular, desde sus delicados pies, subiendo por sus gruesas y apetitosas piernas, pasando por sus anchas caderas y peligrosas curvas desemboca en un voluptuoso y bien definido torso que, aunque impresionante a primera vista, desaparece por completo ante la dulzura de su faz. Canon de mujer. Se llama María.

sábado, 2 de enero de 2010

Réquiem en Re menor

El cielo no se pinta de colores solo porque salga el sol. De eso se dio cuenta Zarco el día más completo y feliz de su vida. Como todo músico, él paso por altos y bajos en su, lo que podría llamarse, carrera; y siempre fueron los puntos más altos los que coincidían casi milagrosamente con una luminosa luna blanca en las noches o una radiante tarde de calor. Ya desde pequeño, el joven prodigio solía componer piezas maestras usando siete acordes distintos mientras siete colores teñían el zenit. Asimismo, los golpes más bajos venían seguidos de una especie de reacción en cadena que lo afectaba íntegramente. Por ejemplo, bien recuerda una vez que, pretendiendo a una mujer, intentó ofrecerle un par de versos que terminaron pareciendo más un trabalenguas que una canción. Peor aún, como estaba rondando los quince años, su voz de hombre todavía en disputa con la del niño parecía perder todas las batallas cuando de cantar se trataba. Entonces recordó unos consejos de algún tío o primo mayor y decidió llevarla a la terraza para poder, como le habían dicho, bajarle las estrellas. Que decepción se llevaron ambos cuando, sin importar lo mucho que saltara e intentara, apenas llegaba a tocar una con la punta de sus dedos. Esa vez, obviamente la chica se aburrió y el quedo solo, en compañía de su guitarra, que estaba tan afinada como que él y apenas podía evocar una canción.

No sabía porque le pasaba eso pero había llegado a dominar esa inconsistencia, al menos pasados los veinticinco, ya llegando a su madurez. A esa altura, ya contaba con una cierta estabilidad y no tenia bloqueos o bajones constantes, eran más bien sucesos aislados en lo que había llegado a ser una fructífera carrera. Eso hasta que un día, tiempo después de volver de unas vacaciones que se había tomado del conservatorio donde daba clases, decidió darse un espacio para dedicarse a hacerle algunos arreglos a sus piezas favoritas. Intentó por gusto al principio, por obsesión después, pero a pesar de su esfuerzo perdió una semana entera en vanas tentativas, pues su pluma de creatividad se había quedado sin tinta. Sus dedos se le tensaban y apenas los podía mover, sus ideas se le escapaban y no podía componer. Mayor fue su preocupación cuando le delegaron la banda sonora de una película épica. Un trabajito extra que antes ya había cumplido sin dejar de lado sus responsabilidades, pero esta vez no solo no pudo con el encargo sino que sus alumnos mismos se dieron cuenta de su incapacidad artística. Los siguientes meses todo fue de mal en peor, desde torpezas inusuales hasta el clima que parecía conspirar contra él. Llegó a sentir que las nubes negras lo seguían, incluso hubo una que, empecina como estaba por mojarlo, lo siguió hasta casa y tuvo que ahuyentarla con una escoba.

Un día decidió salir con los amigos para olvidar un poco el mal momento, pero el antiguo y joven Casanova le había dejado espacio a este veterano barbudo y regordete que tenía más suerte con la bebida que con las mujeres. Más que deprimido Zarco parecía enfermo. De esto se dio cuenta uno de sus amigos que, a modo de darle esperanzas, le hablo de un médico naturista que podría “curarlo”. Al día siguiente fueron donde el doctor y a este le bastó con mirarlo y tocarlo un poco en lugares que le provocaron a Zarco risas infantiles y cachetes rosados. El veredicto final fue sencillo y tajante. “Zarco- dijo el doctor- uno es lo que come”. Lugo le explicó pacientemente que había llegado justo a tiempo, si no podía haberle dado un ataque al corazón creativo. Al parecer su dieta no muy balanceada, rica en grasas y bebidas espirituosas, le había dañado todo el aparato circulatorio provocándole, lo que los artistas llaman, un bloqueo. Como estaba muy avanzado aún sólo le recomendó una dieta sana, algo de ejercicio y le aseguró que en uno o dos años todo volvería a la normalidad. Zarco salió más malhumorado de lo que entró y fue directo a comer algo, un pollo frito o algo así, como hacía cada vez que se sentía ansioso. Después pasó por una librería y fue directo a su casa.

Al día siguiente salió a dar unas vueltas al manzano para ejercitarse un poco, pero ni bien puso un pie afuera las nubes cubrieron el sol. Sin desanimarse empezó su recorrido, tristemente con el pie izquierdo y en el desecho de un perro, y después de unos veinte metros de trote una paloma se acercó a saludar. Esto le dio a Zarco esperanza, hasta que se arrimó a dejarle un regalo en su hombro izquierdo. Abatido por el gesto dio media vuelta a su casa y de repente empezó a llover. Nuevamente tuvo que discutir sobre la propiedad privada con un par de nubes y entró con dificultad, directo a la cocina para hacerse algo de comer. Agarró un cuchillo pero mientras decidía que iba a usar de entre tantos embutidos prefirió no comer más para cuidar su dieta. Fue así que se lo llevo inconscientemente a su cuarto, donde le dio una hojeada al libro que había comprado el día anterior. Después de pensarlo un poco decidió que no podía seguir así y aprovecho el cuchillo que estaba en el lugar justo el momento justo y se cortó la principal vena creativa. Como indicaba en su libro, un limpio corte en la muñeca izquierda. De repente la magia que había estado buscando los últimos meses empezó a manar. Empezó a tocar el piano, se pasó a la guitarra y después al violín. Escribió y tocó, y tocó y escribió. Entabló cuatro obras que no terminó pero eran tan bellas que así las dejó. Dejó grabadas un par de micro piezas y tres esbozos en piano. Se sintió en su mejor momento y fue así que, en una noche, empezó y terminó su mejor obra, escrita para orquesta completa y coro. De golpe la creatividad le brotaba a chorros incontrolables. Tal vez demasiada creatividad para él, tanta que su mejor obra fue la última, y dedicada a sí mismo. Un réquiem en Re menor.