lunes, 29 de marzo de 2010

Cara o Cruz

El viento sopla fuertemente aquí arriba. Juega con mi pelo, lo despeina y a veces no me deja ver bien. Me paso la mano y pienso en lo largo que tengo el pelo. Uso el pelo largo. A Raquel no le gustaba eso, le parecía sucio, desaliñado, hasta harapiento. A Fabiola sí. A ella le gustaba ese aire despreocupado, ese aire bohemio, como frecuentaba decirme, de alguien que tiene el cabello despeinado a propósito. A Fabiola le gustaba pasarme sus dedos por mi larga cabellera, le gustaba rascarme cariñosamente como una madre, acariciarme mientras me apoyaba en su regazo y me iba adormeciendo mientras ella me contaba de su día y yo del mío. A mí también me gustaba eso. Hoy fue un día largo, al menos para mí. Me pregunto que habrá hecho ella. No me lo contó en todo caso.

Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.

La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.

Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.

Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.

sábado, 13 de marzo de 2010

Despedida

Ella partió a las siete de la mañana. Él la fue a dejar en el aeropuerto. Al despedirse se miraron intensamente, perforándose mutuamente en un momento que pareció durar más del tiempo que venían conociéndose pero en realidad fue menor al que hubieran podido aprovechar si hubieran querido. Su vuelo tendría su primera escala en poco menos de tres horas, luego le tomaría cerca de ocho horas más cruzar los mares que la alejaban de su futuro hogar. Llegaría recien pasada la media noche, hora local de la tierra de destino. Él esperaría su llamada cuando el sol exhalara su último suspiro, hora local de la tierra de partida. En el avión ella recordaría los momentos más bellos que habían pasado juntos, todas las beldades susurradas al oído ajeno, todas las caricias y momentos intensos, todos los silencios y momentos eternos. Él la esperaría mirando el sol, con una foto suya en una mano y una botella de algun licor en la otra. El tiempo pasaría como si no tuviera reloj, aunque lo consultaría cada minuto o dos.

Cuando el sol se pusiera él la esperaria todavía, mirada fija en el techo, en la cama en la que se fundieron por última vez, todavía con su foto, todavía con una sonrisa en la cara, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y todavía con sangre corriendo por sus muñecas. Cuando ella todavía no hubiera llamado.

jueves, 11 de marzo de 2010

Celos

Soy celoso de los cielos
que te llenan de emoción
las nubes y las estrellas
que me quitan tu atención

Soy celoso de los vientos
cuando acarician tu piel
eso rompe la promesa
que juraste serme fiel

Soy celoso del espejo
que te mira a los ojos
y del peine que te mima
esos rizos esponjosos

Soy celoso del futuro
por el miedo de perderte
me duele el solo pensar
en un día que no pueda verte

Soy celoso del pasado
porque antes de conocerte
cada minuto vivido
es ahora un minuto inerte

Soy celoso de los hombres
que te miran al pasar
juran bajarte las estrellas
y de mi hombría me hacen dudar

Y también de las mujeres
con las que te veo reír y hablar
porque el tiempo que estas con ellas
yo contigo quisiera estar

Soy celoso porque te amo
y así te lo hago saber
mis celos no buscan daño
es mi forma de querer

viernes, 5 de marzo de 2010

María (Capítulo 2, ver 2.0)

Se llama María. Tiene el pelo ondulado y rebelde. Sus rizos esponjosos de color castaño, casi negro, encuadran perfectamente su pequeña, redonda e inocente cara. Sus cachetes son círculos que se pintan fácilmente de rosado ante la vergüenza o emoción y se inflan graciosamente para develar una hermosa y recurrente sonrisa que representa su perpetua felicidad. Representa también la fortaleza de su inquebrantable espíritu ante cualquier adversidad y, dependiendo como acompañen los ojos, su sonrisa advierte sus pensamientos más íntimos. Tiene los ojos de un color que varía según la luz con que se los vea. Esta peculiaridad puede hacerte perder en sus profundos, misteriosos e inquisidores ojos café oscuros o derretirte ante sus hermosos e inocentes ojos café verdoso. Viene en un compacto envase de no más de metro sesenta pero la grandeza de sus ser abruma hasta al hombre de más férreo temple. Magnánima como ninguna, su bondadosa y desinteresada esencia es solo superada por su modestia y humildad. Tan astuta y perspicaz, puede vencerte en cualquier campo que se le presente pero te deja ganar para no lastimar tu orgullo. La madurez e independencia con que se maneja contrastan y confunden con su imagen de niña pequeña e inocente. Su finísima piel blanca leche, suave como la de bebe puede hacerla parecer una chiquilla pero no así su suculenta figura de femme fatale. Una imagen espectacular, desde sus delicados pies, subiendo por sus gruesas y apetitosas piernas, pasando por sus anchas caderas y peligrosas curvas desemboca en un voluptuoso y bien definido torso que, aunque impresionante a primera vista, desaparece por completo ante la dulzura de su faz. Canon de mujer. Se llama María.