El viento sopla fuertemente aquí arriba. Juega con mi pelo, lo despeina y a veces no me deja ver bien. Me paso la mano y pienso en lo largo que tengo el pelo. Uso el pelo largo. A Raquel no le gustaba eso, le parecía sucio, desaliñado, hasta harapiento. A Fabiola sí. A ella le gustaba ese aire despreocupado, ese aire bohemio, como frecuentaba decirme, de alguien que tiene el cabello despeinado a propósito. A Fabiola le gustaba pasarme sus dedos por mi larga cabellera, le gustaba rascarme cariñosamente como una madre, acariciarme mientras me apoyaba en su regazo y me iba adormeciendo mientras ella me contaba de su día y yo del mío. A mí también me gustaba eso. Hoy fue un día largo, al menos para mí. Me pregunto que habrá hecho ella. No me lo contó en todo caso.
Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.
La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.
Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.
Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.
Le doy una pitada más a mi cigarrillo, el viento me sopla el humo de vuelta a la cara y toso un poco como acto reflejo de esto. Una tos seca, una tos que raspa mi garganta, una tos de fumador. A Fabiola no le gustaba que fume. A Raquel sí. Recuerdo el constante olor a tabaco de Raquel y su costumbre de botar el humo por la comisura izquierda de la boca con los ojos cerrados como en estado de concentración. Recuerdo el muy desagradable sabor a cenicero usado que tenía su boca y que a pesar de eso me cautivaba con su lengua indomable y esos mordiscos juguetones que a la larga me habían vuelto adicto al dolor. Recuerdo sus piernas inquietas rozando las mías, sus dedos de los pies desnudos haciéndome cosquillas y su mano traviesa pasando por mi entrepierna mientras fumábamos en silencio echados en el pasto mirando el cielo, cada uno inmerso en su propio mundo. Aspiro el cigarrillo una vez más.
La ciudad tiene un aire poético a estas horas de la noche. La vista siempre tiene un aura de cierto misticismo desde esta altura. Tanta belleza es abrumadora en ocasiones, ahora está simplemente en su punto. Recuerdo su sonrisa. La sonrisa de Fabiola venia cargada de inocencia, como ella misma. No era totalmente ingenua, yo sabía eso, pero se dejaba sorprender fácilmente por los pequeños detalles de la vida, como un niño deseoso de aprender. Esa inocencia enternecedora era la que me despertaba un instinto natural de querer protegerla y ayudarla a conocer el mundo, me encantaba. Aun así soy muy consciente que no era ingenua en absoluto. En realidad siempre temí que lo supiera, sus ojos inquisidores me engañaron más de una vez, casi llego a confesárselo por su sola mirada. Sus maneras delicadas y su trato magnánimo pueden cambiar súbitamente si se la provoca. Pero igual, no podía sentirme amenazado nunca por ella, después de todo, era tan inocente. Inocente si, ingenua no, simplemente en su punto. Fumo una vez más.
Estando al borde del último piso, el octavo, de un parqueo casi desierto; el viento es fuerte, la altura impactante y el absoluto silencio intimidante. Dejo caer la colilla de mi cigarrillo a punto de terminar y veo como cae lentamente sin perturbar la paz del ambiente por unos pocos segundos. El ambiente es ideal. Recuerdo su sonrisa. Raquel tenía una sonrisa maliciosa, acompañada por un levantar de cejas tan característico suyo, como si estuviera siempre planeando algo. Ella siempre salía con la suya, en cualquier discusión podía ganarme la pulseada, aun si no tuviera razón. Me hacía creer en ella ciegamente sin importar la cantidad de veces que me hubiera mentido antes y yo caía en su trampa como un pez globo con memoria de tres segundos. Esos detalles sin embargo le daban vida a la relación, la mantenían como una batalla constante, como una competencia; interesante en realidad. A ella, a diferencia mía, le gustaba la idea de tener una víctima engañada y hasta creo que le hacía sentirse poderosa. Puede ser. Tal vez por eso siempre me podía vencer, pero para mí una derrota ante ella era un placer. Nunca un segundo en paz, nunca un segundo aburridos. Con ella el ambiente era ideal. Prendo otro cigarrillo y vuelvo a fumar.
Es difícil levantarse. Cuando uno cae es difícil volver a levantarse. Es difícil enderezar las ramas torcidas de un árbol que ya creció de esa forma, es difícil encauzar un rio que, por lluvias o que otro desastre, ya perdió su curso y, dependiendo del golpe, lo más difícil es levantarse en sí. Es un golpe duro el perder a alguien cercano. Es peor aun perder a más de una persona. Hasta es peor perderse a uno mismo. Es difícil levantarse, lo fácil es caer. Lanzo nuevamente mi cigarrillo, este cae suavemente en el silencio de la noche. Miro hacia abajo otra vez, el vacío cada vez más tentador. Yo se lo difícil que es levantarse y lo fácil que es caer. Se lo fácil que es caer.