Si alguien me pidiera que hable de tu forma de ser, me faltaría tiempo en el mundo y no pararía hasta que se agote mi voz.
Tendría que describir tu melodiosa voz, tu gracioso andar, tu integra ternura y tu abrumadora bondad reflejada en la equitativa vara con la que mides a la gente y los prácticos lentes con los que miras la vida.
Podría contrastar tu sabio y férreo espíritu con tu sensible y servicial perfil; tu mordaz y ácido sentido del humor con tu apacible y dulce carácter; y, para sacar algunas risas, compararía tu aventurera mente abierta a nuevas ideas con tu, en ocasiones, obstinado y terco entender.
Pero preferiría hacer constar de tus rápidos reflejos ante la inminente adversidad y la agilidad con la que te levantas cuando te hacen caer; tu noble ser que sonríe en la oscuridad y tu cegadora luz con la que iluminas a quien le hace falta.
Y así podría seguir en redundante monologo que si por mi fuera no tendría nunca que acabar.
Si alguien me pidiera que hable de tu aspecto físico, no me alcanzarían sinónimos de la palabra belleza.
Tendría que detallar tu hermosa e inocente sonrisa, tus fascinantes ojos que cambian de color y los divinos pómulos circulares que decoran tu tiernísima y encantadora cara enmarcada por tus largos y celestiales rizos rebeldes.
Me pondría a recordar tus pies delicados, tus suculentas piernas, tus seductoras caderas, tu fina cintura, tus perfectos pechos pero sobretodo, tu inmaculada y confortable piel.
Hablaría también de tus cómodos hombros que me sirven igualmente para dormir o llorar, tus delicados brazos que se sacan fuerza sobrehumana para darme más calor; tus hábiles manos que siempre me saben dar placer y otras habilidades que en privado prefiero mantener.
Todo lo anterior en un práctico y compacto envase de poco más de metro y medio que me facilita su cuidado y atención.
Si alguien que no te conoce me pidiera que le hable de ti, en poco tiempo se hartaría de mí.
Pero si tú me pidieras que hable de toda tu persona en sí; no diría nada
Porque me dejas sin palabras.