lunes, 15 de diciembre de 2008

Arturo Choque

No es un artista famoso
Es más de bajo perfil
Nunca fue un revoltoso
Sino fiel y servil

Es paco de profesion
Y la plata no le alcanza
Pero la corrupción
Equilibra la balanza

No es tan sucio ni vil
Pero es parte del problema
No es su culpa ser así
Es la culpa del sistema

Su vida no es tan fácil
Siempre quiso cambiar
En su mundo es difícil
Él es solo uno más

Arturo
Uno más del millón
Todos sus ideales
Se ahogarán en alcohol

Arturo
Destinado al fracaso
Sus sueños mortales
Se ahogarán en un vaso

Una vida de uniforme
Le tocó vivir
Aunque no este conforme
Ya no puede salir

Es todo un idealista
De triste destino
Nadie nunca se enlista
A seguir su camino

Quiere un mundo perfecto
Pintado por él
Y no ve los defectos
De este mundo tan cruel

Es un revolucionario
Oculto en el anonimato
Es todo un visionario
De mensaje ingrato

Arturo
Uno más del millón
Todos sus ideales
Se ahogarán en alcohol

Arturo
Destinado al fracaso
Sus sueños mortales
Se ahogarán en un vaso

Arturo
Solo quiere creer
Que en un mundo bizarro
No habrá solo un poder

... él solo quiere creer

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Derrotado

Lo había dicho tantas veces que yo también lo creía verdad. Al principio mentí porque en el fondo sabía, o en realidad temía a la verdad. Después seguí porque me gusto ese falso sentimiento de seguridad, de superioridad, que creaba. Más tarde segui alardeando porque yo mismo me creí capaz de hacerlo, la mentira se había vuelto un hecho real. Yo mismo creía poder hacerlo, de verdad pensé que lo podía hacer. Hoy... fallé.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Malditos Ojos

Abrí lo ojos a los 16 años. Ella también.

Conocí a Marta una tarde lluviosa en el centro. Era un lunes normal que había ido al centro a clases de piano, que en realidad no me gustaba pasar. Al salir de mis clases vi que estaba lloviendo, cosa que ya me esperaba por lo nublado que había estado el cielo los últimos días así que no me sorprendí. Es más, me alegré por esto, ya que siempre me gustó caminar bajo la lluvia y mojarme los pies al caminar, por estúpido que parezca, simplemente me hace feliz. Estaba solo caminando con mi paraguas, sin rumbo alguno, cuando vi a una chica más o menos de mi edad esperando el micro bajo un árbol. Parecía que esperaba el mismo micro que yo, y aunque yo planeaba quedarme un rato más a pasear sentí que debía ofrecerme a esperar con ella. Me paré a su lado y sin decir nada más le ofrecí mi paraguas, cosa que le sorprendió tanto a ella como a mí. No es por egoísta ni nada, pero en otra ocasión yo no hubiera echo este altruista acto de bondad, esa vez fue algo impulsivo, casi instintivo, lo que me forzó a hacerlo. Ella aceptó la oferta con una gran sonrisa y me dijo que de tener uno ella estaría caminando por la calle, simplemente porque le gustaba caminar bajo la lluvia. Yo no pude evitarlo y sonreí de vuelta, seguramente sonrojado de los cachetes y sin razón aparente. Fue entonces que cruzamos miradas por primera vez y me sorprendieron dos cosas de ella, un parche que llevaba sobre el ojo izquierdo y su otro ojo, de un muy extravagante color amarillo miel, hermoso en realidad. Aparte de esos aspectos tan bizarros, Marta era una chica bastante bonita, que definitivamente destacaba por su belleza más que por esos detalles. El micro tardó poco menos de cinco minutos en llegar, tiempo en el que ni nos presentamos. Cuando subimos, ella primero, yo después, me pagó el pasaje en forma de agradecimiento. Yo había pensado que al subir no nos hablaríamos siquiera pero después de ese gesto me sentí casi obligado a sentarme con ella, además de que se sentó en un asiento para dos personas y se me quedo mirando mientras yo caminaba hacia atrás. Al principio estábamos algo incómodos, ella porque es tímida en general y yo por la curiosidad que me daban sus ojos. De repente y como si me hubiera leído la mente, ella rompió el hielo y me dijo que no podía ver con ese ojo, por eso usaba el parche. En cualquier otra ocasión eso me hubiera echo sentir más incomodo todavía pero por alguna razón esta vez no. Como si nada empezamos a reír de repente, al parar de hacerlo nos encontrarnos cómodos mutuamente y empezamos a hablar de cualquier cosa, así estuvimos un buen rato teniendo una charla muy fluida. Hablamos de gustos y colores, de sabores y de autores, hablamos del amor, del odio, del destino y del azar. Hablamos alrededor de cuarenta minutos o más hasta que llegamos a su parada, un barrio alejado donde solo había edificios para gente soltera. Intercambiamos teléfonos y nos despedimos como si nos conociéramos hace mucho tiempo. Solo después de que bajó que me di cuenta que no conocía en realidad nada de ella y, peor todavía, que había perdido mi parada hace mucho tiempo. Tuve que viajar por media hora más hasta llegar a mi casa, llegando tarde y cansado pero nada de eso me importó ese momento, porque en el fondo tenia un buen presentimiento en realidad.

La siguiente semana hablamos cada día por teléfono pero sin vernos, por el colegio, horarios distintos y lo lejos que quedábamos uno de otro. De todas formas vernos no hizo falta, en ese tiempo nos llegamos a conocer muy bien. Me conto que ella era en realidad de un pequeño pueblo al norte de la ciudad, que sus padres se mudaron aquí buscando mejores oportunidades pero había quedado huérfana a temprana edad y subsistía del dinero que le mandaba un tío lejano al que casi ni veía. Me conto que vivía sola desde los diez años porque toda su familia vivía en su pueblo y que apenas le daba para visitarlos una o dos veces al año. A pesar de todo lo que le pasó ella tenía una actitud sumamente positiva con todo, era aplicada en su colegio y también tocaba el piano, a la larga ella me enseñaría a apreciarlo. Yo tenía mucho menos que contarle, siempre había vivido en la ciudad, mi familia era relativamente unida y yo tenía varios primos viviendo aquí. No era tan buen alumno en realidad y aprendía piano casi por obligación. Aún así hablamos horas cada día de esa semana y no nos aburríamos para nada, siempre descubriendo cosas nuevas de cada uno, yo hasta descubrí cosas que yo no sabía de mi mismo. Nos revelamos los más íntimos secretos y anécdotas más escondidas. A la larga nos dimos cuenta que teníamos en común más cosas de las que nos podíamos imaginar. Por ejemplo que teníamos los mismos gustos en el cine, música, libros, casi en todo. Hasta descubrimos que ambos cumplíamos años el mismo día, a solo dos meses del día que nos conocimos. Al final quedamos en vernos el sábado en el cine. Yo no podía creer que sería la segunda vez que la vea en mi vida y ya sabía tanto de ella.

El día llegó y yo por primera vez me sentí así de nervioso al encontrarme con alguien. Después me confesaría que ella se sintió igual y nos reiríamos sin parar. Coincidentemente llegamos al mismo tiempo a la misma entrada, no la principal sino la del ala este. Nos saludamos efusivamente, como dos familiares que hace mucho que no se ven. Ese momento noté dos cosas por demás raras, primero que llevaba el parche en el ojo derecho, y su otro ojo no era el raro amarillo miel, sino un azul claro, casi turquesa. De nuevo como si me hubiera leído la mente me dijo, lo sabrás cuando estés listo. Esas palabras me bastaron y no le hice pregunta alguna ese momento. La película pasó rápida, con comentarios de ambos en algunas partes en que coincidíamos al hablar y algunas risas calladas por gente extraña. Cuando salimos me había olvidado por completo del cambio de ojo e incluso que tenía un parche, hasta que nos sentamos a comer algo y no pude evitar mirarla a los ojos con curiosidad. Ella se adelanto a mis pensamientos de nuevo y dirigiendo una sonrisa me dijo: “creo que te debo una explicación”. Se saco el parche y tenia el ojo cerrado, cuando lo abrió tenia el color amarillo de siempre, pero esta vez mirando al frente, sin seguir el movimiento del otro ojo. “Eso no lo explica”, le dije. Entonces se lo volvió a cubrir, suspiró y me lo contó todo. Cuando terminó me invadió una mezcla de sentimientos, miedo, confusión vergüenza, hasta rabia por pensar que me estaba mintiendo. Le dije que no le creía nada y nos invadió un silencio incomodo que se quedó con nosotros ahí, sin mirarnos de frente, sin hablar por casi una hora. Después cada quien se fue a su casa y aunque ella intento yo no me despedí. Al día siguiente no nos hablamos.

El lunes, una semana exacta después de haberla conocido, ella se apareció a la salida de mi colegio. Me alejé de mis amigos y fui a hablarle con una sorpresa sólo sobrepasada por mi mal humor. Yo fui muy cortante y le dije que simplemente no la quería ver, de repente rompió a llorar. Al ver sus ojos húmedos sentí como mis brazos se movieron solos para rodearla mientras suspiraba palabras tranquilizadoras a su oído. Cada vez que hablaba con ella mis emociones tomaban control sobre mí. Nos fuimos a hablar a un lugar más alejado donde noté otra vez su parche en el lado izquierdo y su ojo miel, esta vez un poco más claro. Cuando estuvimos solos me dijo que no podía dejar de sentir que teníamos algo especial, que parecía que el destino nos hubiera juntado. Ella me clavo la mirada y pude ver que tenía razón, fue algo inexplicable, yo también tenía un fuerte presentimiento de que había algo que nos unía de verdad. Yo le dije que lo que sentía por ella no lo había sentido nunca por alguien más. Decidí no darle importancia al tema de sus ojos, cosa que supuse nunca lograría entender. Entonces decidimos darle una oportunidad más a lo nuestro, esta vez sería algo serio, algo real, algo como lo que los adultos suelen llamar el primer amor. Pero para nosotros, el único.

A partir de ese día todo fue diferente en mi vida. Nos empezamos a ver casi a diario y nos llamábamos sin parar. Perdí interés en todo lo que no tenga que ver con ella. Poco a poco fui descuidando mis estudios, ya no salía mucho con mis amigos, deje de ir a mis clases de piano sin que mis padres se enteraran, casi no hablaba con nadie en mi colegio. Había veces me escapaba del colegio para encontrarme con ella y hasta había dejado de conversar con mi familia en mi casa. Mis padres lógicamente empezaron a preocuparse y me aconsejaron que dejara de verla. Mi padre me decía, “como crees que puedes conocer el amor siendo tan joven, estas loco, solo estas perdiendo el tiempo”. Mi madre, más comprensiva, intentaba convencerme “se lo que estas sintiendo, pero la primera vez siempre parece la mejor solo porque no se tiene con que más compararlo”. Cualquier otra ocasión los hubiera escuchado, seguido en el consejo, pero esta vez había algo más, algo que no les podía explicar, que me ataba a ella más allá de la razón. Mis padres siguieron en descuerdo con que la siga viendo pero eso nunca me lo impidió.

A pesar de todo nos veíamos en secreto y al cumplir el primer mes estábamos seguros de que era amor. No podía dejar de pensar en ella todo el tiempo, de que haríamos más tarde o de cómo escaparme para encontrarla. Un tema de charla recurrente era siempre que hacer para nuestro cumpleaños, el mismo día que cumplíamos dos meses de habernos conocido. Habíamos hecho muchos planes y estábamos muy ansiosos de que llegue. Entonces pasó algo el día antes del gran día. Esa oportunidad no la pude contactar todo el día. No contestaba su teléfono, no la encontré a la salida de su colegio, ni siquiera contesto el teléfono de su casa. Ya en la noche poco antes de irme a dormir me llegó un mensaje suyo. Decía simplemente “llegó ese día”. Como eran más de las doce pensé que se refería a nuestro gran día, más tarde descubriría que no.

El gran día esperé que me llame ella primero por no haberme hablado ni contestado el anterior. Como caía sábado me pasé la mañana con mi familia recibiendo felicitaciones de familiares y amigos por teléfono. Cada llamada que sonaba esperaba que fuera ella y cada desilusión me dolía un poco más. Llegó la tarde y ya no aguante más, me tragué mi orgullo y la llamé. De nuevo, no contestó. Las que pasaron fueron las horas más largas de mi vida hasta que no pude aguantar más, me invente una excusa para salir de mi casa y me dirigí muy molesto a la suya. En el camino empecé a llamarla preocupado, en realidad no sabía como reaccionaría al verla, pero presentía que algo saldría mal. Cuando llegué vi una nota pegada en la puerta de su departamento que decía de nuevo “llegó ese día”, entonces pensé, pero rápidamente descarté esa idea. La puerta estaba entreabierta así que entré sin llamar. Grité su nombre pero no respondió. La busqué deprisa y la encontré tirada en su cama, estática y con una toalla sobre su cara tapada con ambas manos como para no ver algo. Le hablé pero no me respondió. Me preocupé y corrí a destaparle el velo que la cubría. Entonces me di cuenta. Ese día había llegado.

El día que fuimos al cine me contó la historia de sus ojos. Ella me dijo que desde que era pequeña soñaba con que algún día quedaría ciega. También me dijo que había nacido con ese detalle que le daba dos ojos de distintos colores. Nada de eso me parecía preocupante hasta que me contó que después de que su padre las dejó, su madre había empezado a cambiar, a deprimirse, que hasta había llegado a enloquecer. Me contó que a sus diez años la había visto a suicidarse al no poder soportar la falta de este. Que un día la llamo a la cocina y la vio parada sobre la mesa con una soga alrededor del cuello y vio como esta se despedía con un gesto de la mano y una sonrisa en su cara. Solo podía imaginarme lo traumatizada que podía quedar después de eso, pero ella en realidad no había sufrido tanto emocionalmente. No ella había cambiado de otra forma.

Desde ese episodio sólo podía ver la realidad con un ojo y el otro le servía para ver otras cosas. A veces sólo podía ver bien con el ojo izquierdo y el derecho le servía para ver el pasado. Ese hermoso ojo amarillo miel la inundaba de recuerdos, la mayoría de veces dolorosos, como había sido la mayor parte de su vida. Otras imágenes más felices solo le recordaban la niñez que tan pronto había perdido. En otras ocasiones sólo el ojo derecho le era de utilidad mientras el izquierdo le revelaba el futuro. Ese misterioso ojo celeste claro como el oceano se inundaba de imágenes borrosas. Era precisamente como un mar infinito, hasta como el cielo estrellado sin horizonte visible, podía ver que había algo pero no precisamente que. Imágenes que van y vienen, que se ven a lo lejos, que revelan algunos secretos, pero cosas que no quería saber. Su sueño no era sólo el de quedar ciega, que para ella hubiera sido una bendición, sino que algún día quedaría ciega al presente. Solo podía imaginarse lo que sería algún día perder el rumbo y navegar ciegamente entre ese mundo de visiones. Aún así sabía con toda certeza, quizás lo vio en una visión, que le llegaría el día en que vería al mismo tiempo el pasado y el futuro y no tendría ojos para el hoy. Un día que quedaría ciega al presente. Ciega a la realidad.

Cuando la destapé sabía que ese día había llegado. Vi como su cuerpo sin vida yacía en la cama con la cabeza hacia arriba y las cuencas de sus ojos vacías. A pesar de eso tenía una cara que no expresaba más que paz incluso felicidad que finalmente había encontrado. Había perdido algo, pero ganado mucho más. Fue entonces que me di cuenta y abrí mis ojos. Abrí mis ojos a la realidad.