Era el primer día de la primavera. Amaneció temprano, el sol me bañó la cara bastante antes de lo usual. Era un día tranquilo cuando recién empezaba. Podía escuchar el viento darme los buenos días, el rocío del día anterior todavía refrescaba en lo temprano de la mañana. Las hojas y frutos de mis hermanos empezaban a florecer. Todo estaba tan pacifico, tan armonioso, simplemente tan bien. Nadie imaginaba lo mucho que cambiaria antes de terminar el día.
Mi amigo Ícaro, el ave más respetada de nuestra tierra, fue el primero en venir con la noticia. Se poso en una de mis ramas y me conto que los había visto avanzar en esta dirección. En tantos años viviendo en este lugar había aprendido que estos podían avanzar pero nunca entrar a nuestra zona. Después del éxodo se les prohibió la entrada y no nos tuvimos que volver a preocupar. A pesar de que yo no estaba preocupado Ícaro esparció la noticia entre los de su especie. Él también había aprendido de la experiencia pero esta vez sintió algo fuera de lo común que lo tenía algo asustado.
Poco después vino Anastasia, matriarca de los osos del sur. Ella también me advirtió sobre el avance inminente de estos, me dijo que algunas manadas los habían visto más cerca de lo usual. Quise quitarle importancia, pero en el fondo estaba algo intranquilo con la situación. En fin no divulgué la noticia para no exaltar a los más jóvenes, después de todo, esta clase de excepciones ocurrían de vez en cuando. Al atardecer las nubes poblaron el cielo de repente, el aire empezó a refrescar, de repente pude escuchar bramar al éter como si me quisiera comunicar algo. Era la naturaleza que me lo estaba advirtiendo y esa clase de advertencias no se las puede ignorar.
En la noche llame a una reunión con Ícaro, amo del viento; la soberana de los osos, Anastasia; Uriel el venado, comandante de las criaturas silvestres; Barrabás el rey de los lobos y la pareja de leones, emperadores de nuestro Paraíso, Mazamarrás y Zapaquilda. Después de mucho debatir, presenciando el relevo del sol por la luna, llegamos a una decisión. Nadie evacuaría el Edén pues lejos de este no valía la pena vivir. Además si esto era cierto ellos no descansarían hasta poseerlo todo y tarde o temprano caeríamos en su dominio, de no ser así estaríamos tomando la decisión correcta al no escapar. Todos esperábamos la segunda opción, aunque nadie creía que así fuera.
Así pasó y nos quedamos a enfrentar nuestro destino. Por mala suerte fue cierto después de todo y antes de que se pueda ver por última vez hasta la última estrella pintada en el firmamento, pasó. El hombre llegó.
Mi amigo Ícaro, el ave más respetada de nuestra tierra, fue el primero en venir con la noticia. Se poso en una de mis ramas y me conto que los había visto avanzar en esta dirección. En tantos años viviendo en este lugar había aprendido que estos podían avanzar pero nunca entrar a nuestra zona. Después del éxodo se les prohibió la entrada y no nos tuvimos que volver a preocupar. A pesar de que yo no estaba preocupado Ícaro esparció la noticia entre los de su especie. Él también había aprendido de la experiencia pero esta vez sintió algo fuera de lo común que lo tenía algo asustado.
Poco después vino Anastasia, matriarca de los osos del sur. Ella también me advirtió sobre el avance inminente de estos, me dijo que algunas manadas los habían visto más cerca de lo usual. Quise quitarle importancia, pero en el fondo estaba algo intranquilo con la situación. En fin no divulgué la noticia para no exaltar a los más jóvenes, después de todo, esta clase de excepciones ocurrían de vez en cuando. Al atardecer las nubes poblaron el cielo de repente, el aire empezó a refrescar, de repente pude escuchar bramar al éter como si me quisiera comunicar algo. Era la naturaleza que me lo estaba advirtiendo y esa clase de advertencias no se las puede ignorar.
En la noche llame a una reunión con Ícaro, amo del viento; la soberana de los osos, Anastasia; Uriel el venado, comandante de las criaturas silvestres; Barrabás el rey de los lobos y la pareja de leones, emperadores de nuestro Paraíso, Mazamarrás y Zapaquilda. Después de mucho debatir, presenciando el relevo del sol por la luna, llegamos a una decisión. Nadie evacuaría el Edén pues lejos de este no valía la pena vivir. Además si esto era cierto ellos no descansarían hasta poseerlo todo y tarde o temprano caeríamos en su dominio, de no ser así estaríamos tomando la decisión correcta al no escapar. Todos esperábamos la segunda opción, aunque nadie creía que así fuera.
Así pasó y nos quedamos a enfrentar nuestro destino. Por mala suerte fue cierto después de todo y antes de que se pueda ver por última vez hasta la última estrella pintada en el firmamento, pasó. El hombre llegó.